De dos partes quizás, válgame la incomprensión, sea nuestra nación o nuestro popurrí de naciones, como a mí me gusta llamarlo. Ayer escuchaba a don Mariano saberse ganador y, a don Alfredo, saberse vencido. Pero eso no me sorprende, quizás el regalo de cumpleaños que no me esperaba por parte de esta sociedad, es que nadie lo ve anormal. Vivimos en aquello que nuestros profesores nos repetían muchas mañanas de invierno, sin que nos entrara en la cabeza, que a veces ni con sangre entra la letra, una partitocracia o un oxidado turnismo. Este es el país que hemos construido con muy buena fé pero muy mal seso, la eterna disputa entre dos, la de los toros y la antitaurina, la culé y la merengue, la católica y la atea, la roja y la facha... Y a mis 25 primaveras cuando aún me siento un niño, a mí ya sólo me extraña el mirarme al espejo cada mañana y no reconocerme al otro lado.
Este fin de semana he marcado un cuarto de siglo en mi casillero temporal o, lo que es lo mismo, ya tengo 25 años con los que presumir de prematuras canas y tardía madurez. Tras una feria en la que los turreros/as presumimos de las losas que cambiamos de un lugar para otro del pueblo, curiosa afición la nuestra. Tras una lección de chovinismo avanzado, en el que escuchamos a la gente de fronteras fluviales hacia fuera decirnos que es la mejor que hay en la comarca, tras todo eso que no es poco, la realidad me trae de nuevo a mis tiernas tierras de la baja Andalucía.
Y de andaluces es mucho lo que prima decir de la actualidad. Aquí abajo, entendemos en demasía de eso a lo que recurren tan bien los políticos, la llamada paridad. Será porque en términos poéticos Andalucía representa mejor que nadie la tristeza y la alegría, llevado al tópico extremo, como si todo lo que nos corre por las venas es la eterna lucha entre dos partes, como cuando el sol que nos tuesta todo el año discute con la sombra celosa, que le reclama cada día el privilegio de refrescarnos.
De dos partes quizás, válgame la incomprensión, sea nuestra nación o nuestro popurrí de naciones, como a mí me gusta llamarlo. Ayer escuchaba a don Mariano saberse ganador y, a don Alfredo, saberse vencido. Pero eso no me sorprende, quizás el regalo de cumpleaños que no me esperaba por parte de esta sociedad, es que nadie lo ve anormal. Vivimos en aquello que nuestros profesores nos repetían muchas mañanas de invierno, sin que nos entrara en la cabeza, que a veces ni con sangre entra la letra, una partitocracia o un oxidado turnismo. Este es el país que hemos construido con muy buena fé pero muy mal seso, la eterna disputa entre dos, la de los toros y la antitaurina, la culé y la merengue, la católica y la atea, la roja y la facha... Y a mis 25 primaveras cuando aún me siento un niño, a mí ya sólo me extraña el mirarme al espejo cada mañana y no reconocerme al otro lado.
De dos partes quizás, válgame la incomprensión, sea nuestra nación o nuestro popurrí de naciones, como a mí me gusta llamarlo. Ayer escuchaba a don Mariano saberse ganador y, a don Alfredo, saberse vencido. Pero eso no me sorprende, quizás el regalo de cumpleaños que no me esperaba por parte de esta sociedad, es que nadie lo ve anormal. Vivimos en aquello que nuestros profesores nos repetían muchas mañanas de invierno, sin que nos entrara en la cabeza, que a veces ni con sangre entra la letra, una partitocracia o un oxidado turnismo. Este es el país que hemos construido con muy buena fé pero muy mal seso, la eterna disputa entre dos, la de los toros y la antitaurina, la culé y la merengue, la católica y la atea, la roja y la facha... Y a mis 25 primaveras cuando aún me siento un niño, a mí ya sólo me extraña el mirarme al espejo cada mañana y no reconocerme al otro lado.