A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río —las hojas, los insectos, las plumas de las aves— se transforma en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos.
A orillas del río Piedra me senté y lloré. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí. En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que —lejos de mis ojos y de mi corazón— todas esas aguas se confunden con el mar.
Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el monasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos.
Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi instante mágico, de aquel momento en el que un «sí» o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia. Parece que sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura, y tenía que descansar continuamente.
—Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos —decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿cómo no recordar aquellos momentos? Por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos. Para que, cuando acabara de contarme a mí misma esta historia, pudiese jugar en el Piedra; eso me había dicho la mujer que me acogió. Así —recordando las palabras de una santa— las aguas apagarían lo que el fuego escribió.
Todas las historias de amor son iguales.
Me he sentido especialmente identificada con la protagonista: con sus dudas existenciales, sus pensamientos y su afán por encontrar la seguridad de la que, al parecer, hace gala la felicidad.Es un libro que trata sobre la búsqueda del amor principalmente, aunque, como en casi todos los libros de Paulo Coelho se da una especial importancia al plano místico que siempre queda hermanado con el encuentro del amor.En esta historia, el plano místico queda encarnado en el personaje denominado por el autor como “él”, el mejor amigo de la infancia de Pilar, y cuyo nombre no se conocerá nunca.Pilar, una mujer aparentemente fuerte pero muy frágil, vive acomodadamente feliz en la yerma Soria con su familia, su religión (entiéndase cristiana) y sus amigos, en especial con su amigo del alma, él. Un buen día, él decide marcharse de viaje a expandir su mente y su espíritu y escribirá a Pilar diversas cartas desde Francia; en una en concreto, parece decirle que se va a hacer seminarista.
De camino a Zaragoza, hacen una parada en El Monasterio de Piedra, en dónde recuerdan su infancia y allí, él le dice, por fin, que renunciará a todo para rehacer su vida junto a ella y que la quiere; pero algo sale mal: a Pilar le da otro pasmo a causa del terror y ahora es ella la que sale corriendo, pues no se siente capacitada para permitir que él renuncie a toda su vida de éxito y bienaventuranza por una “insignificancia” como ella que puede que no le haga feliz.Antes de entrar en hipotermia al abrigo de la helada noche de diciembre, piensa e imagina…