Los últimos momentos de Juan Carlos como monarca dejaron en evidencia el pacto de silencio existente entre los medios y la Casa Real para tapar los aquelarres del rey emérito, que se hizo insostenible ante las informaciones de la cacería en Botsuana, su relación con la empresaria alemana Corinna o la imputación de Urdangarin y la infanta Cristina en el caso Nóos. Tras la abdicación obligada del rey Juan Carlos I en favor de su hijo Felipe, en 2014, el actual monarca se marcó como principal objetivo recuperar la credibilidad y la imagen perdida con una monarquía “honesta, integra y transparente”. Como primer gesto, desde la Zarzuela se anunció que se auditarían sus cuentas anualmente y se prohibiría a la familia real trabajar en el sector privado, en un claro guiño a la situación de la infanta Cristina y su marido. Así, conocíamos que el convite de la coronación de Felipe VI tuvo un coste aproximado de 66.000 euros. Sin embargo, a punto de cumplir los cuatro años de reinado los avances en materia de transparencia han sido mínimos, teniendo en cuenta que, en el último tramo de Juan Carlos I, la Casa Real ya aceptó hacer públicas sus atribuciones. El diputado de Izquierda Unida, Miguel Ángel Bustamante, presentó una batería de preguntas al Gobierno coincidiendo con la conmemoración del aniversario de la II República. Pero, la mayoría de ellas no fueron contestadas.
Para Bustamante, Felipe VI demuestra su ratificación al apoyo y amistad que tenía el rey emérito con Arabia Saudí, “un país que tiene una visión del islam extremista que nutre a los grupos yihadistas que cometen atentados como el de las Ramblas”. “La Casa Real no ofrece información más allá de la reflejada en la ley. La Ley de Transparencia es ambigua, con poca profundidad de miras y no especifica cómo se deben redactar las cuentas de la Casa Real ni permite la reutilización posterior de los datos como marca la ley. Desde la Zarzuela separan sus gastos en grandes bloques, como mobiliario o familia real, y no detallan el destino final de ese dinero. Lo que contrasta con la transparencia de otras monarquías que especifican hasta el gasto que realizan en whisky”, detalla Manuel Álvarez, responsable del área de comunicación de Prnoticias.“Hubo un esfuerzo casi obligado por las circunstancias de dotar de mayor transparencia a la Casa con la publicación del presupuesto, los cambios en la web y el estilo de comunicación. Todo el esfuerzo inicial de una mayor transparencia ha decaído y se aprecia en que no sepamos dónde van los reyes de vacaciones, pero a la vez hacen esfuerzos que la gente se toma a broma como entrar en la vida diaria de los reyes, viéndoles tomar una sopa”, destaca Luis Arroyo -especialista en comunicación corporativa, política e institucional. En un reinado caracterizado por la baja intensidad de las apariciones de los reyes, desde la dirección de comunicación de la Zarzuela optaron por la idea de una familia idílica, alejada de los escándalos y rupturas dentro de la dinastía. De esta forma, Felipe VI decidió retirar de los actos institucionales a las infantas Elena y Cristina marcando una ruptura clara con la etapa de su padre como monarca. A partir de entonces, las apariciones en la prensa rondarían en torno a los reyes y sus hijas Leonor y Sofía. Otros expertos, en cambio, el posicionamiento ha ido más allá de lo que se presupone a la figura del rey. “La reina de Inglaterra no ha dicho una palabra sobre el brexit y en el tema catalán Felipe VI ha tenido una función que correspondía al Gobierno y que no estaba haciendo, que era arbitrar. Las circunstancias en las que arbitre tienen que ser muy muy excepcionales, como el golpe de Estado del 23-F”, defiende Luis Arroyo, quien considera que el esfuerzo por reflotar la figura del rey y la monarquía sigue siendo una asignatura pendiente. “En realidad, la intervención del rey solo ha reforzado a los monárquicos convencidos que sentían el independentismo como una afrenta personal, provocando mayor rechazo entre quienes no comulgan con la monarquía”, concluye Manuel Álvarez.