A pesar de los pesares

Publicado el 14 febrero 2015 por Beatriz68

           


Junio 1988

Suena el teléfono. Berta está en la cama. Mira el reloj. Las siete de la mañana. Lo coge y escucha. Se dobla de dolor. Es su primer dolor verdadero.


Agosto 1988

Suena el teléfono.Berta está trabajando. Lo coge y escucha. Llora desconsoladamente con enorme pesar.


1969

Berta aunque sólo tenía once años disfrutaba en esas fiestas familiares en que sólo había personas adultas o niños pequeños. Nadie de su edad. Pero a ella no le importaba, porque los quería a todos. Además la dejaban quedarse con los mayores y observaba.

Su familia era todo menos tranquila. En esas reuniones siempre había alboroto. Todos hablaban bastante alto, discutían entre ellos a voces aunque no estuvieran enfadados. Y reían, reían mucho. Bueno, había de todo, risas y sonrisas. Femeninas y masculinas. De estas últimas la que más le gustaba a Berta no era bonita, la verdad, pero era color humo, atractiva, ingeniosa y picarona. No la hubiera confundido con ninguna otra. Otras sonrisas eran sonrisas "medio sonrisas", tristes aun sin estarlo, tímidas a la vez que rebeldes.

Las risas femeninas, jóvenes, generosas y felices, contagiaban con facilidad a Berta. Todas estaban acostumbradas a dar besos de amor, todas menos una que se quedó a punto de darlos. Una de ellas, además de femenina, era coqueta, atrevida y apasionada. A veces no era tan sencillo reconocerla: Un día enseñaba unos dientes pequeños y manchados, otros se escondía detrás de una alambrada, y al siguiente se había transformado en la sonrisa más blanca, sensual y con los dientes más perfectos que Berta había visto jamás.

Pero había dos sonrisas que Berta adoraba especialmente: " Las desmontables". Una era amable, soñadora e inquebrantable. La otra, casi un esbozo de sonrisa, era seria, inteligente y auténtica. Berta las miraba y recordaba cómo, cuándo era sólo una niña, se quedaba con la boca abierta al verlas desprenderse de su encía y recolocarse acto seguido como si nada. Ahora, con once años, como ya era mayor, sabía perfectamente qué era lo que había ocurrido: las dueñas habían perdido sus verdaderas sonrisas por tantas cosas malas por las que tuvieron que pasar en la guerra, pero como eran tan valientes y querían tanto a todos, habían pedido ayuda al dentista para no tener que dejar de sonreír.

De fondo de la fiesta siempre las risas ruidosas, alegres y juguetonas de los más pequeños.


1988

Pero todo cambia. El tiempo pasa, o más bien pasamos nosotros. Aquellos dos días en los que el teléfono sonó a deshora, Berta sintió sus dos primeros dolores verdaderos. Sus dos abuelas se fueron casi a la vez, desapareciendo con ellas no sólo su precioso pelo de algodón, sino también todas sus vivencias , las horribles y las maravillosas.

Berta, entonces, empezó a dar demasiadas vueltas a la cabeza sobre la vida y la muerte, hasta que buscando consuelo en los libros, lo encontró:

  " Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es meditación de la muerte, sino de la vida." ( Spinoza)

  " Si por eternidad se entiende, no una duración temporal finita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente" ( Wittgenstein)

Vida, intemporalidad, presente. Berta inspiró hondo y expulsó el aire despacio, despacio...


Hoy

La vida sigue al igual que las fiestas familiares. Las " desmontables" no están, pero dejaron su poso de intemporalidad,  y por eso el resto de sonrisas y risas siguen aguantando tenaces, sin rendirse a pesar de los pesares. Ni siquiera la sonrisa color humo tira la toalla, y eso que está algo marchita y le cuesta bastante respirar. También siguen el alboroto, las voces y de fondo las risas infantiles y juguetonas, éstas hijas de aquellas otras.

Berta ahora, con cincuenta y seis años, sí es mayor de verdad, y sabe que no hace falta pedir ayuda al dentista para no dejar de sonreír. A pesar del dolor, a pesar de los pesares.


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