02.03.2015 11:41
Chocó directamente con la nube de humo, a pesar de que yo había pasado la aspiradora.
Como todas las mañanas, tras levantarme y mojarme las legañas en el café, cogí aquella endiablada máquina de ruido infernal y la pasé por toda la casa, sin dejar un solo rincón descuidado, sin dejar una sola mota de polvo. Inspección minuciosa después de vestirme y maquillarme a conciencia. Aquel iba a ser un gran día, debía ser un gran día. Y la casa y yo teníamos que estar perfectas para cuando llegara él. Cogí las llaves y sin mirar atrás cerré la puerta. Cuarenta minutos después ya estaba sentada en mi puesto de trabajo, cajera de autopista. Aquel trabajo que había conseguido seis meses atrás y que me iba a devolver mi vida.
Pasaba el medio día, apenas dos horas para acabar la jornada, y los nervios iban en aumento. Tan siquiera me había podido comer el almuerzo que me había preparado para media mañana, mi estómago estaba cerrado a cal y canto. ¿Cómo sería volverla a ver? ¿Tenerla en casa después de tanto tiempo? Esta vez todo iría bien, estaba segura. Nos habíamos tenido que separar tiempo atrás porque no podía darle una buena vida. Mejor dicho, no podía darle una vida, así de simple. Ahora que ya estaba recobrando la estabilidad y me sentía con fuerzas y ánimo para recuperarla, lo había llamado para hablar, llevarlo a casa y demostrarle que había vuelto a crear un entorno seguro para ella.
Cuatro de la tarde. Llegué al portal y él ya me estaba esperando. Nos saludamos amablemente y lo invité a subir. Los nervios me jugaron una mala pasada y se me resbalaron las llaves de la mano cuando intenté abrir la puerta. Me agaché, respiré hondo y al incorporarme lo volví a intentar acertando a la primera. Cuando la puerta se abrió nos golpeó en la cara una densa nube de humo. Apenas pude dar un par de pasos hacia el interior. Las lágrimas corrían como regueros sin dique por mis mejillas y mi cuello, sin control. Él corrió hacia el interior de la casa llegando a la cocina. La cafetera ardía como si estuviera alojada en las mismísimas entrañas del infierno, a pesar de que yo había pasado la aspiradora, como todas las mañanas.
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