Si hay un problema es que quienes hace 35 años se iban a comer el mundo hoy se lo siguen comiendo.
Me encuentro entre quienes cambiarían cosas de la Constitución española de 1978. Creo que es el Título VIII el que merece una revisión profunda y me sumo a quienes desean una clarificación competencial. Aunque yo no me quedo ahí. Considero que la descentralización política debe conllevar cierto nivel de co-gobierno entre entidades políticas subnacionales y las instituciones centrales o nacionales. Creo que nos podría ir mejor así y quien quiera tiene literatura al respecto para leer. No profundizo hoy en el tema.Me inclino a pensar en que el éxito de la Constitución del 78 reside en que no gusta a nadie. Hablo de éxito porque es indudable que gracias a la Constitución o a pesar de ella, estos últimos 35 años han sido los mejores de la historia de España. Cualquier análisis histórico desde que manejamos estadísticas (unos 150 años) nos dicen que nunca como hoy los españoles hemos vivido mejor en términos generales y absolutos. ¿Se debe esto a la Constitución? Parece que sí, ya que ésta es la base del ordenamiento jurídico y político del país. ¿O este éxito lo tenemos a pesar del incordio de la Constitución? Parece que no, viendo cómo los problemas políticos del país, quitando el título VIII, son consecuencia de no cumplir la Constitución (infantas robando, sindicatos robando, partidos no democráticos, etc). Es decir, las peores cosas son incumplimientos de la Constitución luego no se le puede achacar a ésta estos problemas. La culpa —y dale con la culpa— será de políticos y cabilderos moscardones.
El amigo Noatodo da en el clavo precisamente al citar texto constitucional que parece el pito del sereno. En demasiadas ocasiones por querer ser más papistas que el Papa, se deja cierta acción política emanada directamente de la Constitución en manos de un lento Tribunal Constitucional. En lugar de actuar y que sea otros los que vayan a quejarse al TC, se deja hacer hasta el límite. Y aquí hablo de los dos partidos turnistas por igual. No existe el liderazgo, pero esto no es culpa de la Constitución.
Es casi imposible cuando se habla de política abstraerse de las opiniones propias, incluso cuando se habla de algo que debe ser común a un vecindario tan grande como este país. Si a algunos el éxito de la constitución les parece el poner la economía nacional en función del interés general —defíneme interés general—, a otros el mantener la monarquía sin hacer preguntas y al de más allá el inventar un régimen económico distinto para dos regiones; a mi me parece que el éxito concreto de la constitución está en sus principios más básicos que, inexorablemente, son principios liberales. Veo cierta disonancia entre algunos liberales cuando se llevan las manos a la cabeza. El concepto de "constitución contemporánea" es una idea liberal. El establecimiento de la soberanía nacional es un concepto liberal, el decir que todos somos iguales ante la ley también lo es. Debemos, pues, felicitarnos por que estas cosas ya sean asumidas como atractores políticos transversales por todas las tendencias políticas: desde los comunistas ye-yé —que esperan agazapados el día de arramplar con todo— hasta los anarquistas que dan clase en la universidad pública —no les juzgo: hay que pagar la hipoteca—, pasando por los tradicionalistas —afortunadamente para los liberales, hoy en minoría.
Y este pensamiento me lleva a insistir en que si hay un orden de ideas transversal, extendido y susceptible de ser interiorizado por la mayoría de la población, ése es el liberal. Un liberalismo político en el que cada uno es de su padre y de su madre, pero que al margen de consideraciones políticas concretas tiene en común una visión de la convivencia política, del formalismo democrático y una noción de ciertas "reglas de juego" inclusivas.
Hoy que los partidos turnistas caen y que hay una mayor preocupación por las cuestiones públicas, es buen momento para buscar alternativas políticas acordes a nuestras ideas. Tras 200 años de vida constitucional —paréntesis al margen—, España no es una excepción entre países de su entorno en términos de madurez política. Es hora ya de sacudirnos el polvo de la dehesa. Tras 35 años no podemos seguir instalados en el Mito de la Transición y en su Cultura de la Transición. Como sociedad debemos dejar de ser adolescentes, tenemos que implicarnos más en las cuestiones políticas, asociarnos y elevar el nivel de exigencia. Esto pasa por reformas constitucionales, sí, pero también por un cambio de mentalidad. Y si una reforma constitucional es complicada, un cambio de mentalidad ya ni os cuento. El reto está ahí y ¿a quién no le gustan los retos?
"El cabezota" (1982):