Hace un montón de años, en el verano de 1975, pasé una buena tarde en una casi desierta ciudad de Barcelona, huídos como estaban sus habitantes por causa del calor: recuerdo que mi amigo Alfonso tendió su más de metro noventa en el suelo de la calle Balmes en su cruce con Gran Vía, para evidenciar la tranquilidad que suponía, en el lugar, no tener ni un solo vehículo a motor a la vista: su entonces novieta le pegó un bufido por la ocurrencia mientras el grupo se reía a carcajada batiente: estábamos casi todos de buen humor, pues recién salíamos de ver una buena película.
Gustó como digo a casi todos: una niña hacía mala cara y yo, curiosón y con ganas de palique (normal a la salida del cine) quise conocer porqué no le había gustado la película, y me dijo: ¡Es en blanco y negro!¡Si lo sé, no vengo! Intenté convencerla y hacerle ver las bondades de la película, hasta que me cortó el rollo diciéndome con rudeza: ¡lo que pasa es que tú vas de aficionado del cine!
Me quedé con los ojos cruzados y el habla en suspenso por
Así que, como celebración del inicio del cuarto año, espero que nadie se moleste si me permito explicar el porqué me gustó en su estreno y me sigue gustando, tantos años después, la primera película que ví de Mel Brooks, que a mediados de los setenta tuvo una conjunción artística con Gene Wilder y entre ambos dos no tuvieron otra ocurrencia que reformular, parodiándola, una historia de terror clásico, escribiendo, dirigiendo e interpretando la película que titularon Young Frankenstein (1974), conocida en España como El Jovencito Frankenstein.
Y naturalmente, decidieron que la película debía rodarse en blanco y negro: en un blanco y negro avejentado, obra del excelente trabajo de Gerald Hirschfeld que consigue de inmediato transportarnos a las películas de los años treinta dando una pátina de cinéfila autenticidad a lo que se ofrece en pantalla, adornado y complementado además por la escenografía y el vestuario, porque Brooks y Wilder encaminan directamente su guión al corazón del cinéfilo y a su memoria que deberá estar despierta para recordar los originales y así entender sin problema las chanzas que los diálogos y situaciones presentan sin tregua ni descanso, porque los personajes mantienen una vis cómica todos y cada uno de ellos pero además las referencias cinéfilas o, si se quiere, remitencias a personajes cinematográficos archiconocidos, son constantes y objetivo de un humor en ocasiones picante pero casi siempre blanco y nunca ofensivo, guardando mucho las apariencias formales y elegantes, nada chabacanas, como huyendo adrede del humor tosco que en otras ocasiones se ha constituído en marca distintiva de Brooks.
La ambientación, como ya he apuntado, es muy cuidada, pero el plato fuerte sin duda son las interpretaciones de unos artistas que también se toman muy en serio su trabajo y de ahí la frescura y fuerza cómica de sus actuaciones, consiguiendo algunos de ellos resultar inolvidables: Gene Wilder como el joven Dr. Frankenstein, que reniega de su apellido, se hallará respaldado con una eficacia cómica inigualable por Marty Feldman como el ayudante Igor, y la entonces pizpireta y sexy Teri Garr incorpora a una pícara Inga que se estrenará como asistente de laboratorio del doctor, constituyendo un trío protagonista que se nos presenta por Brooks en apenas cinco minutos con gran eficacia.
Todos ellos vivirán en el castillo familiar de los Frankenstein bajo la mirada atenta de la grandísima secundaria Cloris Leachman que como Frau Blücher roba las escenas con limpieza gracias a su personaje de ama de llaves misteriosa y que parece saber mucho más de lo que aparenta.
La criatura renacida incorporada por Peter Boyle, a pesar de no hablar tiene sus buenas escenas, muy alejadas de lo que son las referencias clásicas y su encontronazo con la prometida del Dr., la estirada damisela Elizabeth, incorporada por Madeline Khan, tendrá algo de inusual y sorprendente sin abandonar el humor que caracterizará a esta película rodada con todos los medios posibles a su alcance y con la inteligencia y respeto al original aunque tomándose una buena distancia desmitificadora que puede resultar engañosa para algunos, ininteligible para otros, pero seguramente muy divertida para la mayoría de los espectadores, porque el guión está muy trabajado: es ágil y repleto de frases ingeniosas y situaciones cómicas, y en la dirección Mel Brooks consigue en mi opinión su obra más redonda como director, ya que sabe orquestar perfectamente todos los instrumentos a su alcance para conseguir una melodía inolvidable aun hoy, y me acabo de dar cuenta que ha pasado tanto tiempo desde que asistí a su estreno como el que había transcurrido desde el mismo hasta el de los clásicos que parodia: esperemos que ello no vaya a significar que se prepare un refrito, aunque bien es cierto que hace poco el propio Mel Brooks presentó -con escaso éxito- una comedia musical escénica inspirada en esta película que sin temor alguno me atrevo a recomendar como imperdible, porque aunque algunos gags puedan resultar conocidos, no dejarán -o no deberían- de ser vistos como los originales.
Dedicada esta reseña a todos cuantos han pasado por este bloc de notas en sus tres años de existencia y especialmente a quienes, además, se detienen y dejan un comentario. Gracias.