Entrar en esta pastelería es adentrarse en un laberinto de colores y destellos comestibles; fue aquí donde descubrí qué son los macarons, ese dulce de tonos pasteles que una grande -Catalina de Médicis- llevó a Francia en el s. XVI... Me interno en su pequeña sala: cuatro mesas negras altas, con sus taburetes, madre y dos niños pequeños desayunando bollos y leche con cacao; al fondo una mujer pide un café y, de paso, dame también uno de estos para picar. Un abuelo cuenta minuciosamente el dinero necesario para su barra de pan y yo, mientras, paladeo con la vista el frescor de las galletitas francesas aquellas e imagino los sabores de mantequilla de las pequeñas pastas de té. Han arreglado -menos mal- la máquina de refrigeración de los helados y, aunque no hay de chocolate, el hijo de mi amiga quizá quiera degustar el sabor de galletas y queso...
- Hola, Negre. ¿Qué deseas? -me dice la dependienta, sacándome de mi sabroso trance.
- Hola. Querría.... -Querría... Un corazón de mermelada aposentado como por sorpresa sobre una tarta de queso. Un amor tan dulce que crujiera en trozos de fresa. Un dulce de hilvanados sentimientos... Delante de mí, en la esquina, como si nada, alguien se llevó un fragmento y dejó un corazón roto para degustación de paladares resistentes a tormentas y afectos...