La opinión de Rajoy y del rey contrasta con la realidad que reflejan las encuestas, donde los ciudadanos señalan la clase política española y el sistema como grandes problemas del país, solo superados por la corrupción de los políticos y el desempleo masivo.
¿Como puede ser una democracia ejemplar un país carcomido por la corrupción, desigual, sin una eficaz separación de los poderes básicos del Estado, con una Justicia que no es igual para todos, endeudado hasta las cejas, con su unidad en peligro, con las pensiones al borde del precipicio y con unos ciudadanos que ni participan en la política ni tienen cauces para ejercer la influencia y el poder que les corresponde en democracia?
Lo más probable es que tanto a Rajoy como al rey les crezca la nariz como a Pinocho cuando mentía.
No puede ser considerado una democracia un país cuyas principales reivindicaciones y deseos populares son negados por la clase política, acostumbrada a gobernar en contra de la voluntad popular. La frustración de los ciudadanos ante el mal gobierno es tan grande que considerar España una democracia es una ofensa a la inteligencia.
Tampoco tiene sentido exhibir democracia cuando al menos la mitad de los catalanes están en abierta rebeldía contra un Estado español que rechazan por corrupto e injusto, aunque el Estado que esos independentistas defienden sea todavía más corrupto e indecente que el español.
Los españoles ganarían por goleada varios referendos, si tuvieran la suerte de que fueran convocados. Hoy son referendos fuera del alcance del pueblo, puros sueños que la clase política bloquea contra la voluntad popular.
Esas consultas reflejarían el profundo deseo inmensamente mayoritario de que se redujera el tamaño del Estado, insostenible porque tiene más políticos a sueldo que Francia, Gran Bretaña y Alemania juntos; que se eliminaran las actuales autonomías, convertidas en reinos de taifas que compiten entre si y que generan envidia y disgragación, rompiendo la igualdad que consagra la Constitución y provocando nacionalismos, independentismo, ruptura y corrupción a raudales; que los partidos políticos tuvieran menos poder y, sobre todo, que dejaran de ser financiados con el dinero procedente de los impuestos; que mejoraran los servicios públicos, hoy sometidos innecesariamente a recortes, a pesar de que los impuestos que pagan los españoles son los más desproporcionados e injustos de toda Europa; que se establezca la cadena perpetua para los corruptos, que no deben abandonar la cárcel hasta que no devuelvan el botín sustraído; y que se prohíban los partidos políticos nacionalistas entre cuyos fines destaca la destrucción de España y el odio a los españoles.
Todas esas reivindicaciones silenciadas, junto a una clase política despreciada y rechazada por la ciudadanía y una corrupción que ha infectado ya a los partidos y hasta las entrañas de las grandes instituciones, hacen de España una democracia imposible, más parecida a una dictadura de partidos políticos que al noble sistema que eleva al ciudadano y a la sociedad civil hasta la categoría de soberanos.
Más que vanagloriarse falsamente de una democracia que no existe, el rey y Rajoy deberían forzar la regeneración que los ciudadanos desean y hacia la que no se avanza un sólo paso porque la clase dirigente se encuentra a gusto en la pocilga que han construido y no quiere cambio alguno.
Francisco Rubiales