A sangre y fuego

Publicado el 17 junio 2019 por Jcromero

Como estamos acostumbrados a leer sobre hechos pasados o presentes previamente filtrados por el cedazo ideológico del autor y por nuestras propias orejeras como lectores, sorprende encontrar a alguien capaz de escribir relatos de la guerra civil española denunciando su barbarie y atrocidades sin reparar en bandos.

Se podría pensar que nos encontramos ante un autor que recrea desde la equidistancia, que no quiere mojarse, que enciende una vela a dios y otra al diablo, que carece de determinación suficiente y por ello pretende quedar bien con todos; que no quiere definirse para no correr peligro. Nada más alejado de la realidad; Manuel Chaves Nogales corre todos los riesgos. Sucede que, en la manía de calificar y etiquetar, desconcierta que alguien decida mantener su independencia de criterio, su compromiso periodístico para contar cuanto sucede, cuando escribe como informador, o de ficcionar la realidad cuando lo hace como novelista. Por ello, para valorar esta obra y a su autor, es conveniente conocer que el escritor se exilia al ser carne de paseo, paredón y cuneta por ambos bandos. Y desde el exilio, lejos de optar por el ajuste de cuentas, se permite " el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos". En todo caso, cuando se alude a su equidistancia, habría que recordar a Desmond Tutú cuando dijo que ser neutral en situaciones de injusticia es ponerse del lado de los opresores. No es el caso. El autor de A sangre y fuego, que solo odiaba " a la estupidez y a la crueldad" y que dejó escrito que " la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España", siempre tuvo muy presente quiénes eran los golpistas, quiénes los agresores y quiénes los agredidos: " Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz ".

Como refleja en el tan reconocido prólogo de A sangre y fuego, para librarse de la " congoja de la expatriación" retoma el hábito de escribir y recalca: " Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen". Y, para que los lectores del libro tengan más certezas sobre los episodios que recoge el libro, en una nota tras el prólogo pueden leer: " cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho rigurosamente verídico; cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica, que sólo en razón de la proximidad de los acontecimientos se mantiene discretamente velada ".

Cuando el prólogo, con el paso de los años, adquiere mayor relevancia y reconocimiento que los distintos relatos que integran el libro, éstos corren el riesgo de pasar a un segundo plano. Sin embargo, sería un error minusvalorarlos. Al adentrarnos en ellos, como sucede con todo buen narrador, Chaves Nogales nos hace vivir y sentir el espanto de la enajenación colectiva y encontrar cierta esperanza en aquellas acciones que, entre tanto horror, dejan muestras de un humanismo reconfortante no exento de un cierto pesimismo cuando hace referencia a hombres que " se afanaban por salvar unas vidas que otros hombres se obstinaban en destruir ".

Afortunadamente rescatado del olvido, Chaves Nogales nos propone un pasado muy actual, verificado o parcialmente imaginado, que, lejos de adoctrinar, nos educa y nos incita a pensar sobre unos acontecimientos tan pasados como presentes. Y es que la literatura, más allá del puro entretenimiento, aprendizaje y , en ocasiones nos induce a indagar en la cara oculta del relato oficial.