A través de tus ojos

Publicado el 06 junio 2010 por Eko
Tal vez ochenta años eran demasiados para ver la luz por primera vez. Desde que una infección siendo aun un bebé echara el telón sobre el escenario de sus ojos, Gabriel nunca había visto el mundo que le rodeaba. Lo que para otros niños era algo casi normal, para Gabriel era un ejercicio de superación, pero eso no le impidió tener una infancia feliz. Aunque aprendió a percibir el mundo que le rodeaba de una manera diferente, supo de la belleza, del terror y el egoísmo, de la amabilidad y la amistad, de lo trágico y lo cómico que es vivir, aunque sea envuelto en una completa oscuridad.A los veinte años quiso la casualidad que se enamorara y fue a partir de ese momento que la percepción de todo cuanto le rodeaba adquiriera un cuerpo, un volumen, un lugar en el espacio que hasta ese momento sus sentidos no le habían dado. Conocer y casarse con Juana, fue para Gabriel abrir las puertas al mundo de los detalles, de la esencia, de los brillos y de los colores. En sus largos paseos con Juana y los ratos sentados en aquel banco del parque, fue como recuperar de nuevo la vista, y descubrir que no es ciego el que no tiene la capacidad de ver, sino el que no es capaz de ver a través de los ojos de su semejante.
Sesenta años casados, tres hijos, ocho nietos y dos biznietos después de conocerla, se hallaban los dos en aquella habitación de hospital. Gabriel sobre la cama esperaba que el doctor que había llevado a cabo su operación procediera a quitar el vendaje que protegía sus ojos de la luz exterior. Tras bajar un poco las persianas, el doctor se acercó a él y empezó a desenredar las vendas que lo habían tenido toda una vida a oscuras. Un ochenta por ciento de posibilidades de éxito en la regeneración del nervio óptico a través de un tratamiento novedoso, era un porcentaje demasiado alto para ser pesimistas, pero dentro de Juana una batalla de dudas estaba teniendo lugar. El deseo de que Gabriel pudiera recuperar la visión, se enfrentaba al miedo de que la factura que los setenta y nueve años habían pasado a su físico, a su rostro, traspasará la oscuridad que estaba a punto de abandonar su esposo, a el amor que siempre sintió por ella.
La oscuridad fue dejando paulatinamente paso a una claridad, al principio dolorosa y poco a poco, cálida y placentera. Las pruebas posteriores confirmaron lo que Gabriel ya sabia desde el momento que los últimos centímetros de venda se habían separado de sus ojos; la operación había sido todo un éxito. Pudo ver por primera vez a sus hijos, a sus nietos y biznietos, vio por primera vez a su esposa, y por primera vez un rostro ajado por el paso del tiempo, donde unos ojos repasaban centímetro a centímetro cada arruga de su piel, le devolvía la mirada con una mezcla de compasión y extrañeza tras el espejo.
Era tan extraño y nuevo todo lo que veía, que durante el camino de vuelta a casa con su esposa, Gabriel no dijo ni una sola palabra, se limitaba a mirar todo a su alrededor, pero sin ningún signo de sorpresa, alegría o emoción, como sumido en una profundo dialogo interno. Eso no hizo más que incrementar el temor y las dudas de Juana, que por miedo a descubrir la verdad que se abría paso dentro de él, guardo también silencio durante el resto del día. Llegó la noche y el silencio en la cama entre ambos se volvió más espeso, más duro de sobrellevar para Juana y el temor empezó a dar paso a la resignación de que ya nunca nada volvería a ser igual.
La mañana llego envuelta en unos frágiles y educados -Buenos días-. Como era costumbre, tras el pertinente, y esta vez silencioso desayuno, ambos caminaron de la mano hacia el gran parque que durante todos aquellos años los acogió en el regazo de uno de sus bancos. Una vez sentados, Gabriel bajó la cabeza y fijósu recién cobrada mirada en el suelo. Fue justo en ese momento que Juana no aguantó más, y como si una mano invisible le apretujara el corazón con fuerza, le preguntó, con voz temblorosa, a su esposo -¿Que te preocupa amor? ¿Te ha defraudado descubrirte amando a una anciana, verdad?- Gabriel, aguardó unos segundos, para más desesperación de su esposa, como si aquellas preguntas no hubiesen sido realizadas. Entonces, Gabriel alzó la cabeza y miro a su esposa dibujando una sonrisa por la cual no había pasado el tiempo y que era la misma de la que sesenta años antes Juana se enamoró. -No querida. No puedes estar más equivocada- respondió Gabriel. Y prosiguió -Yo siempre fui capaz de ver todo lo que me rodeaba y a quienes tenia a mi lado, tal vez de una manera diferente a como lo hacen quienes tienen el don de la vista, pero eso nunca me privó de sentir sus formas, sus dimensiones o su textura. Podía tocar la hoja de un árbol y dibujar en mi mente como era, pero era sólo a través de como me contabas tú el baile de esa hoja con el viento, o como jugaba la sombra, creada por el sol en el suelo, de esa hoja, que esta llegaba a existir realmente dentro de mi. Podía tocar los rostros de nuestros hijos, de nuestros nietos o biznietos, y poder reconocerlos entre un millón, pero sólo fue a través de aquello que tú me contabas que hacían, de como se reían o lloraban, que pude hacer una composición veraz de lo que era sus vidas, reacciones y facciones reales. Podía tocar, oler y sentir todo cuanto uno puede imaginar, y tal vez mi incapacidad me diera la posibilidad de ver cosas que otros nunca apreciarían, pero todo ello en realidad existía de una manera carente de volumen y vida dentro de mi, y ha sido la narración tan detallada que me has hecho tú de todo ello cuando realmente pude ver lo que acontecía a mi alrededor. Así que puedes entender que yo ya sabia como eras antes de poder verte, que tú nunca fuiste lo que mis manos me decían de tu rostro, sino que siempre fuiste la belleza y el amor de todo lo que me describiste durante estos últimos sesenta años. Si me has visto decaído o raro estas últimas horas, no es porque me haya defraudado verte por primera vez con mis ojos, sino porque temo, al recuperar mi visión, haber perdido la belleza con que tú siempre me narraste lo que acontecía a nuestro alrededor.- Un largo abrazo entre ambos prosiguió a las palabras de Gabriel, y palabras de amor fueron susurradas en los oídos de los ancianos amantes.
Gabriel agarró nuevamente la mano de su esposa, como había hecho durante esos últimos sesenta años de matrimonio, cerró los ojos y se volvió a sumir en la oscuridad, esta vez voluntaria. Juana  sonrió y empezó nuevamente a describir todo aquello que siempre les había rodeado y que sólo ella supo darle verdadera dimensión de realidad.