El amor tiene infinidad de formas con las cuales ataviarse, a veces se transforma en sencillo beso, huye del letargo para buscar donde posarse y poder desplegar su preciosa carga de dulzura.
Cada vez que mi pequeña se golpea, viene hasta mí y me pide que le de un beso allí donde ha recibido el golpe.Tras posar mis labios sobre su dolor este desaparece casi de forma milagrosa.
Qué gran poder poseen los besos capaces de sanar, de ahuyentar pesares, de calmar el dolor.
Mi hija está aprendiendo que sus besos también son bálsamo para curar heridas. Cuando por alguna razón , importante o no, estoy algo reflexiva y más callada de lo normal, Valeria se acerca y plasmando un dulce beso en mi mejilla me dice: ¡Mamá ya está conteta!. Es cierto que muy a menudo para desatar mi alegría tan sólo necesito un cálido beso ataviado de ingenuidad y pureza.
Me gustan los besos. La calidez de unos labios que acarician y te entregan su carga de afectividad.
Me gustan los besos del amado, aquellos que depositados en los labios mitigan tu sed y matizan tus ojos con un brillo especial.
Hay besos apasionados, otros amigos, ósculos santos, besos infantiles que dejan en tu rostro olor a caramelo.
Pero, entre tantos besos hay uno que ha marcado la historia, fue un beso falso, hipócrita , un sombrío beso que entregó a Jesús a la muerte.
Siempre que leo en los diferentes evangelios la narración de cómo se sucedió aquella entrega , juzgo con rigor el acto infiel de aquel beso. Pienso en la ambición mal sana de Judas que con deshonestidad utilizó un gesto hermoso convirtiéndolo en traición.
Los besos son una muestra de amor, de afecto , son una representación escénica de la ternura, pero Judas, en un arrebato hace sufragar la belleza transformándola en un ademán de deslealtad que perdurará por los siglos de los siglos.
Él ha mancillado la historia de los besos, ha creado la excepción en la regla,ha teñido de opacidad la clara y luminosa verdad con la que han de envolverse esas muestras de cariño
Él, guiado por la maldad enrancia el aire que envuelve la noche y deposita un falso roce en la mejilla de Jesús , mostrando a toda la humanidad como el pecado ciega al hombre.
Alimentar el resentimiento es fatigoso e inútil, por ello es mejor pensar en los sanos y benignos besos de otras historias, de nuestras historias cotidianas, de los besos que a diario ruedan entre nosotros y que damos y recibimos con el calor del amor.
Acerquémonos con silenciosa honestidad hasta los pies de Jesús e imitando la escena de aquella mujer pecadora, colmemos de besos sus pies, regalémosle a nuestro Rey besos sinceros con el firme propósito de amar mucho más a quien tanto nos ama. Autores: Yolanda Tamayo
©Protestante Digital 2012