Estaría bien sentir en todo momento el fin y pasar de él. Percibir la acuciante pérdida en la nuca y nunca volverse. Tener claro que el último aliento puede aparecer en cualquier instante y respirar con voluptuosidad como si el oxigeno eterno te perteneciera. Todo ser tiene un final adjudicado, una propia extinción excelsa o vulgar. Vivir importa si al morir no se le da importancia. Solo se consigue detener el tiempo si se está a un centímetro del fin. Y es entonces cuando ves la cantidad de decisiones erróneas adoptadas o no. Hace falta una vida entera para comprender nuestra futilidad. Sentir la insignificancia, fortalece. Planear un futuro es de ilusos, salvo que los ilusos lo hagan con ilusión, entonces sobrevuela la estupidez con avispada inteligencia. Intentar ordenar un mundo caótico es de ignorantes. Quien piensa que el orden es la fórmula no sabe ordenarse. Quien no sabe desdramatizar, no es capaz de apreciar el drama. Quien cree conocer la fórmula del éxito es el mayor fracasado. A quien le guía el odio, tiene rota la capacidad de amar. De todos modos el ser humano es simplemente una anomalía en medio de un vacío tan neutro como la nada. Por tanto, estaría bien no preocuparse de lo que no nos atañe, y vivir a un centímetro del fin como si fuéramos eternos. Jugar alegremente por en medio de la destrucción como niños sobrados de inocencia, ausentes de miedo, sin importar cuando llegue el fin.