Así, el film se estructura sobre un encadenado de escenas de sus últimos años, alguna teatralización de sus aventuras, ensoñaciones y reflexiones sobre otras que su anciana imaginación quiso haber vivido y cómo todo eso deleitaba a estudiantes, profesores, hombres de negocios, mercaderes, mujeres de la alta sociedad y casi cualquiera que entraba en contacto con su mundo, mientras él se debatía en un conflicto inesperado.
Para sobrellevarlo, el verdadero balance y el sustento de sensatez venía para May de su mujer Emma (Kristina Söderbaum, famosa por sus películas en los años 40 y 50 con otro de los mejores directores alemanes, Veit Harlan), entregada a sus últimas quimeras en esos años del nazismo en que arranca el film y en los que May había sido acusado de inmoral.
Sus textos eran tan peligrosos que muchos de los niños abducidos por la Hitlerjugend habían crecido con ellos. No sólo conocían mejor los Apalaches que muchos niños americanos sino que ¡tenían ganas de saber cómo era el mundo!.
Esa última carrera suya en busca de autenticar su fama de viajero y defenderse de las risotadas de la prensa secuestrada por el Régimen que trataba de desacreditarlo por haber hecho tan "mal uso" de la confianza de su público, es el centro del film y donde Syberberg prepara el asalto a la gran historia del siglo para su país, materializada al fin en su siguiente largometraje.
Me parecen muy bonitas las transparencias, maquetas y decorados de sus viajes finales, patentemente poco realistas, como juguetes, cromos y postales, como si quisieran ponerse al nivel de lo que él había soñado y no resultar verosímiles por simple respeto a quien los imaginó.