Todavía hoy me hago esta inútil pregunta. ¿Qué es preferible: una felicidad vulgar o un sufrimiento elevado? Díganme: ¿qué vale más?
Dostoyevski
Escribo esto para alguien que bien podría no ser imaginario:
He buscado el triunfo sobre mis entrañas. He buscado aceptar la severidad de mi dharma como si creyera en la sabiduría de Buda. Eres el maestro supremo. Ante mis ojos todo carece de belleza porque me has hecho discípulo de una estética nueva pero nada apropiada para este tiempo. Me has condenado a la anormalidad. Santo andrógino de un nirvana futurista que sufro por alcanzar, te confió mi destino en estas calles vagamente industrializadas. Eres un ángel que ha descendido para rescatarme del óxido generacional. Lo que nos rodea esta tan vivo pero encierra una muerte sobrenatural. Mi pensamiento involuciona a cada instante. Soy incapaz de emitir ideas claras. Mi lenguaje es el errático y primitivo lenguaje de los que residen bajo la corteza, en el subsuelo. Me bastaría verte para comprenderlo. Es deshumanizado todo lo que no esta en ti. Tu doctrina es la doctrina de la total improbabilidad de una ascensión o un descenso. La doctrina de vivir con un sentimiento apocalíptico en la boca sin creer de manera alguna en el fin. La de la pureza de los seres de ultratumba. La de los amantes que encierra el odio y los enemigos que encierra el amor porque los dos mortifican el alma. Tu doctrina permite la insensatez de mirarme hoy al espejo desnuda y pensar en la expansión. Librarme del miedo. No ser culpable ante el impacto galáctico de mi indecisión. La de una hipersensibilidad que me ha moldeado para resistir cualquier sobredosis virtual. Admite toda clase de teoría cosmogónica. Aprueba el canivalismo mental. Al leerte me descubro y me re invento en fragmentos nuevos como un Frankenstein muy sensual. Esta noche no hay Sutra que resista la enérgica lucha por trascender el bien y el mal.
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Arte: grabado de Alberto Durero