Querido amigo:Hace mucho que te fuiste, envuelto en sombras y con la marca de la venganza. Suicidio, dijeron, y dieron el caso por concluído. Luchabas por la justicia, y la justicia escondió su mano y te condenó al olvido. Pero algunos, al oír de tí, pensamos que aún estás entre nosotros, luchando, gritando, buscando la verdad. Esa verdad y esa justicia que tantas veces nos han prometido y que nunca llega. Los tiempos han cambiado. Ya no se grita en las universidades porque se puede hablar, pero el descontento perdura. Ahora no se hacen reuniones secretas porque se permite el asociacionismo, pero seguimos discutiendo los males de nuestra sociedad y nos rebelamos contra ellos. Cada vez se hacen menos pintadas; ahora se envían cartas a los periódicos o se llama a la radio para protestar. Ahora se puede hablar, aunque nadie escuche lo que dices. Cada cuál va a lo suyo. Lo importante es ganar mucho dinero y formar parte de lo que llaman la sociedad del bienestar. ¿Qué bienestar? ¿De verdad queremos esto? ¿Un buen coche, un chalé y trescientos euros para copas es bienestar? ¡No! Yo quiero el bienestar de la tranquilidad, la solidaridad, la amistad, la honestidad, la justicia. Me gustaría mirar al futuro con ilusión, con la esperanza en que el trabajo me hará un hombre digno, con el deseo en que la honradez tendrá su recompensa. Me gustaría que el respeto enterrase guerras y violencia y sembrase en su lugar comprensión y paz. Cuando tú estabas aquí, la militancia en un partido era nuestra forma de luchar. En estos tiempos, ya no sirve para nada. Todo está corrompido. Los ideales no son la meta a alcanzar, la meta es el poder. El asqueroso poder sin más; porque si el poder acarrease la práctica de los ideales estaría bien. Pero no te preocupes, amigo, aquí aún quedamos algunos que seguimos luchando. Aunque tengamos que pagar precios muy altos por nuestra osadía, aunque nos releguen al cuarto trastero y nos pongan etiquetas de descrédito.
(*Texto recuperado de mis antiguas notas)