Parece que no he sabido ser delicado, que no he valorado lo suficiente la susceptibilidad con la que podía ser percibido lo que pretendía ser un elogio y se ha tomado como una ofensa. Parece que contraponer virtudes que contrarrestan cualquier defecto, con palabras que juegan con imágenes y sentimientos, no es adecuado ni correcto. No hay talla que pueda compararse al honor, la dignidad y la grandeza moral de las personas. Eso quería expresar y eso no supe decir. Una amiga se ha sentido, al parecer, dolida el día de su cumpleaños con mi felicitación. Lo siento en el alma porque pretendía lo contrario: alegrarla y medirla por lo que vale, por su calidad humana, sus sueños y su lucha infatigable para crecer profesionalmente en este campo tan competitivo del periodismo y la comunicación, donde los navajazos son inmisericordes y las traiciones, dramáticas. Lamento haber herido sus sentimientos y pido perdón, tan públicamente como aquella desafortunada felicitación. Ella lo merece por su grandeza moral como persona. Y es que a veces soy muy torpe.