[A vuelapluma] El paripé de la investidura

Por Harendt


No me molesta tanto el que me tomen el pelo como el que me quieran hacer comulgar con ruedas de molino... Lo digo, evidentemente, por el paripé que se traen PP y Ciudadanos en torno a sus pactos sobre programas de gobierno que faciliten la investidura de Mariano Rajoy como presidente. 

Que ellos se lo crean (cosa que no me creo), me parece bien. La política es ante todo y sobre todo representación, espectáculo. Y me hace gracia ver lo serios que se ponen ambos, Rajoy (lo cito primero por orden alfabético y por edad) y Rivera, escenificando la representación de sus encuentros. Hasta amagan con enfadarse y todo y se hacen mohines sobre quién de ellos quiere más a España.Pero no cuela. Como bien dice en su artículo de hoy en El País el periodista Fernando Garea, titulado Los Toros de GuisandoMariano Rajoy se arrepentirá de haber ridiculizado en marzo un pacto como el de PSOE y Ciudadanos que era insuficiente para sacar adelante una investidura. Igual que estos días se habrá, añade, arrepentido de las duras críticas al anterior presidente del Congreso por demorar la investidura de Pedro Sánchez o por convocar el debate con un formato diseñado a mayor gloria del candidato, es decir, por hacer lo mismo que ahora ha hecho su fiel Ana Pastor. No tengo empacho alguno en confesar que mi segunda opción de voto, a cierta distancia de mi preferida, es la de Ciudadanos. Me cae mejor su partido que su líder, y me entristece, porque creo que tiene justificadas razones para hacerlo, la acerba crítica que de Albert Rivera hacía hace pocos días el escritor Julio Llamazares en otro artículo de El País titulado El pichón. En el argot ajedrecístico, dice Llamazares, se conoce como pichón al jugador falto de experiencia, presa fácil de sus competidores. La negociación que pretende llevar a cabo con ese buitre viejo que es el incombustible Rajoy confirma ese pensamiento y le hace merecedor del apodo, por inocente y falto de toda malicia. Las seis condiciones que ha puesto para apoyar a aquel en su investidura, añade, las hubiera aceptado cualquiera, hasta un Bárcenas que volviera al PP. ¿Quién no va a estar de acuerdo con que los imputados no ocupen cargos públicos, con que se termine con los aforamientos, con que se cree una comisión que investigue la financiación ilegal del PP, con que se terminen los indultos a condenados por corrupción, con limitar los mandatos de los presidentes del Gobierno a ocho años o dos legislaturas y hasta con la reforma de la ley electoral? Yo digo que sí ahora y ya veremos le debió de decir Rajoy mirándolo con ternura, termina diciendo. También me resulta bastante deprimente, a pesar del buen humor con que intento asistir al espectáculo (aunque solo sea para que los actores se ganen su sueldo), el papel que está jugando Pedro Sánchez. Evidentemente le doy toda la razón en negarse a dar los votos de su partido a un candidato al que detesta (como yo) por corrupto, cínico e incompetente, y algunos adjetivos más gruesos que me guardo por un elemental sentido de educación que no me gustaría perder definitivamente. Pero no me resulta de recibo la noticia que leo, ahora en El Mundo, de que aunque el PP cambiara de candidato en la investidura, el PSOE no se replantearía su "no". Me parece que eso es ponerse puertas a uno mismo, pero en fin, él sabrá lo que hace mejor que yo.Con fina ironía gallega, tan distinta del sarcasmo de que hace gala su paisano, escribía también hace días en La Voz de Galicia un delicioso artículo el profesor Xosé Luis Barreiro. Lleva el título de Reciclando obviedades. El problema de Rivera, dice Barreiro, es que creyó que podía situarse en el centro de la política, y convertir al PP en variable dependiente. Y tales fueron su osadía e inexperiencia al ponerle condiciones a Rajoy, que acabó convertido en un sándwich listo para ser devorado. Cosa que está diciendo muchas más gente pero que Rivera y Ciudadanos no parecen querer ver. A estas alturas de la película, añade Barreiro, solo hay dos opciones: hacer cualquier cosa para que no haya elecciones, o hacer elecciones para que no haya cualquier cosa. Y yo -mayor de edad, con mucha experiencia y alguna ciencia, y con todos los sentidos conservados- elijo la segunda, añade.  Me apunto yo también a esa opción.Me gustaría comentar en último lugar un reciente artículo en El Mundo, firmado por el catedrático de Derecho Constitucional Jorge de Esteban, tituladoEl ejemplo de Suárez, que ilustra muy bien, a mi juicio, el porqué tantos españoles de mi quinta, es decir rondando ya la jubilación eterna, echamos de menos, a pesar de sus innegables carencias, a un político como Adolfo Suárez. Sería deseable, dice el profesor De Esteban, que no entrásemos en otro periodo electoral, aceptando que la solución mejor para España estaría en que Rajoy siguiese el ejemplo de Suárez, dimitiera. Esto es, si fracasa en la segunda votación de investidura, debería presentar su renuncia, porque esa decisión sí que desbloquearía definitivamente el corsé que nos tiene agarrotados. Únicamente sería necesario entonces que con toda urgencia el PP eligiese, como sucedió en el caso de Calvo-Sotelo, un candidato para la Presidencia del Gobierno. Si esa persona fuera más abierta al cambio que Rajoy, podría volver a barajarse un Gobierno de coalición de los tres partidos constitucionalistas, única manera de llevar a cabo las reformas, incluidas las constitucionales, que necesita España, pues mientras Rajoy siga en el cargo son prácticamente imposibles. ¿Se lo plantearía el PP llegado el caso? ¿Se repensaría su abstención el PSOE en esa circunstancia? ¿Tiene Rajoy sentido de Estado suficiente para entender que él es más obstáculo que solución? Me gustaría creer que sí pero tengo mis dudas. La representación comienza en unos horas. ¡Arriba el telón!Adolfo Suárez (Caricatura de Jorge Arévalo)

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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Entrada núm. 2864elblogdeharendt@gmail.comLa verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)