"Como no soy buena dormidora, -comenta en el A vuelapluma de hoy ("Descansada". El País, 2/3/2020) la escritora Marta Sanz- algunos mensajes hieren mi sensibilidad: “Haz algo que te quite el sueño”, recomienda en inteligente retruécano una marca de colchones. Yo que he tomado valeriana con olor a heces y melatonina; que he hecho gimnasia sueca y yoga a 40 grados; que camino contando pasos como abracadabra para invocar el sueño; que me acuesto y me levanto a la misma hora, y mastico lechuga y otros nutrientes adormecedores; que cuento ovejas hacia delante y hacia atrás, y que una vez, en un acto de venganza cochina, levanté a mi marido de la cama a los cinco minutos de haberse acostado porque no podía soportar su facilidad para conciliar el sueño: “Levántate que ya son las seis…”, le dije. Entonces, él se levantó y, cuando estaba a punto de meterse en la ducha, me entró la mala conciencia y confesé mi maldad. Mi marido se volvió a la cama tan contento: “¡Si todavía me quedan seis horas!”. Esa mala mujer, que soy yo y lee a Lipovetsky anunciando que la nuestra es la sociedad de la ansiedad, se pone nerviosa cuando oye que alguien dice: “Haz algo que te quite el sueño”. Ya me lo quitan: reforma laboral, feminicidios, racismo, descascarillado de lo público, consumo de heroína —que brillantemente relata Nuria Barrios en Todo arde—, coronavirus y otras enfermedades pavorosas, extinción de los osos polares y cambio climático, mala memoria y memoria mala, declaraciones de Trump sobre los Oscar, la paz mundial…
Además, estos mensajes publicitarios van dirigidos a mujeres y supuestamente dibujan modelos no estereotipados de feminidad que casi me hacen sentir nostalgia de antiguas bellas imágenes con pamela Dior perfectamente encasquetada. Mientras un padre le da a su bebé, marchoso y macarrota, un gluglutazo —ojo al sufijo viril— a ritmo de rock para demostrar que los pañales también son cosa de hombres, las mujeres amamantan a sus criaturas y a la vez teclean en el ordenador, anotan, muerden un lápiz y consultan documentos sobre la mesa de la cocina. Es de noche. Mientras el padre observa la tranquilidad de su hijo que duerme a pierna suelta —no va a necesitar orfidales— sin que le molesten las humedades de su orina nocturna, una aspirante a delantera centro lanza balones por la escuadra. Es muy tarde y le han apagado las luces del estadio. Tampoco quiero ser esa mamá que no se puede poner mala: su hija la necesita y las madres no se cogen nunca la baja. Ratificamos la superioridad de estos esfuerzos de mujeres a las que se les exige el doble —no para triunfar, sino para vivir— mientras llenamos las consultas médicas a fin de que nos expidan recetas de alprazolam porque el sobreesfuerzo se transforma en sustancia que no nos deja dormir y nos produce calambres. Este sobreesfuerzo no se puede relatar épicamente para vender colchones. La realidad que describe el anuncio no es un sueño: es una pesadilla. Yo no escribo para construir este modelo de superheroína neoliberal, mujer que simultáneamente cuida, imagina, trabaja y lanza balones por la escuadra, con gesto soñador y sonrisa en los labios. Me vais a disculpar, pero casi prefiero el glamur a secas y un vermú con aceituna. Feliz 8 de marzo".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
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Entrada núm. 5813
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