-¿Deseaba algo el señor?.-Aquel dependiente de voz áspera y hablar alocado me observaba a través de las gruesas lentes de sus gafas sostenidas por una enorme nariz ganchuda que, en su continua curvatura, daba la impresión de no encontrar el camino de regreso a aquel rostro poblado de arrugas. No sé cómo, pero hacía un instante aquel anciano que no se alzaba más de un metro y medio del suelo se encontraba tras el mostrador y, a pesar de una ostensible cojera que lucía en su pierna izquierda, había llegado hasta mí sin que me diera cuenta. El extraño personaje se frotaba las manos y sonreía sin parar, observándome de arriba a abajo.
-Pues solo...
-Ha de saber-me interrumpió como si no me hubiera escuchado-que aquí encontrará todo tipo de objetos extraños e inusuales, pero con muchísimos años a sus espaldas e infinidad de historias que podrían contarse sobre ellos hasta quedarse uno sin voz.
Aquel discurso parecía aprendido en sus ratos libres y utilizado como slogan una y otra vez, pero la verdad es que aquella tienda (por llamarla de alguna manera) me había fascinado desde el momento en que pasé por debajo de los tubos que hacían sonar la vieja y oxidada puerta de entrada, los cuales también me habían resultado de lo más llamativo debido a las inscripciones grabadas en ellos en alguna lengua muerta que, a pesar de mis muchos años como profesor de historia, no acerté a identificar.
-Solo estaba echando un vistazo, gracias-respondí, y aquel misterioso hombre volvió a esconderse tras el mostrador tan rápidamente como había aparecido. Yo continué con mi paseo a través de una infinidad de pasillos repletos de estanterías en las que se amontonaban gran cantidad de objetos de todo tipo; esculturas, cuadros, extrañas máscaras muy similares a las que usaban los chamanes de algunas tribus, bastones con mil y una empuñaduras distintas, bolas de cristal y un sinfín de instrumentos con una mas que probable aplicación mágica, o al menos eso es lo que yo quería creer. La tienda me invitaba a pensar de manera digamos, esotérica. Pero en mi caminar por aquel fantástico herbidero de útiles donde se aunaban creencias, tradiciones, maldiciones o curaciones increibles, hubo un objeto que llamo mi atención sobremanera. No porque fuera más extraño que los demás sino porque, simplemente, no encajaba en aquel ignoto lugar...(continuará)