En cualquier caso, cuando hablamos de “nuestros valores” no nos referimos a las virtudes morales que individualmente podemos compartir con nuestros congéneres de cualquier lugar del mundo, aunque difieran los usos y costumbres que supersticiosos de todas partes consideran éticamente relevantes. Ni tampoco, aún menos los “buenos sentimientos” y la abnegación por los nuestros, que compartimos incluso con muchos animales. Los valores a los que nos referimos son cívicos y sociales, se refieren a los principios democráticos sobre los que se fundan nuestras instituciones: la igualdad de los ciudadanos ante las leyes, que han sido creadas por ellos mismos y pueden también ser modificadas por ellos; la libertad de cada uno para buscar su propia excelencia a su modo y manera dentro de la ley, sin la obligación de parecerse a los demás ni temer diferenciarse de ellos en tal o cual aspecto circunstancial; la educación y la protección social para todos, que debe resguardarnos de la tiranía de la miseria; la elección de los gobernantes por vías claramente establecidas y su revocación del mismo modo llegado el caso; la consideración de que el orden estatal está al servicio de los ciudadanos y no estos sometidos al servicio de aquel; el aprecio común por los aspectos lúdicos y embellecedores de la vida, artes, juegos, poesía y también por el desarrollo racional de los conocimientos que aumentan técnicamente nuestras capacidades y nos permiten profundizar el sentido de la existencia, etcétera... Con alguna puesta a punto modernizadora, el discurso fúnebre de Pericles transcrito —o inventado— por Tucídides sigue siendo un buen prontuario de nuestros valores.
Desde luego, no son referencias ideales que todas las culturas compartan. Pero tampoco todas las que no las comparten están activamente alzados contra ellas, aunque oscuramente sepan que guardan un principio subversivo contra los absolutismos, las teocracias y los tradicionalismos intocables que jerarquizan a los que viven juntos en castas infranqueables. Los países democráticos pueden intentar fomentar movimientos políticos semejantes a los nuestros en otros lugares pero las libertades no deben imponerse manu militari so pena de suscitar una falsa e hipócrita adhesión que a veces es peor que el franco rechazo. A menudo en estos días oímos aterradas palinodias sobre nuestro mal comportamiento imperial en el pasado inmediato para justificar los ataques terroristas que padecen nuestras capitales. Francamente, creo que los actos de contrición y los golpes de pecho resuelven poco cuando nos enfrentamos a un movimiento fanático y criminal que sabe más del manejo de explosivos que de historia. Tampoco parece que todo dependa del rechazo o la falta de oportunidades que encuentran precisamente los musulmanes en nuestras sociedades, las más inclusivas que ha habido nunca. Otros grupos étnicos aún más remotos, como los orientales, no han tenido tantas dificultades para integrarse ni se han convertido en enemigos de la convivencia: ¿han visto ustedes alguna vez a un chino o un coreano pidiendo limosna en una esquina o viviendo de la asistencia pública? No parece infundado suponer que en la religión musulmana se dan rasgos ideológicos especialmente poco aptos para aceptar los valores de las democracias occidentales, aunque en ese terreno simbólico siempre se puede esperar giros interpretativos que acaben por reconciliar lo en apariencia irreconciliable. Siento una especial simpatía por tantas personas que viven en países de mayoría islámica y sometidos a sus dogmas en apariencia, aunque sean tan escasamente religiosos como lo somos la mayoría de nosotros. A quien desee pensar esos asuntos sin ñoñerías, les recomiendo el libro/entrevista con el gran poeta sirio Adonis Violencia e Islam (editorial Ariel). Comparto muchos más valores auténticos con él que con quienes en España deciden saltarse las leyes invocando los derechos de los territorios contra los ciudadanos o toman a Venezuela o Cuba como modelos para sus colectivismos autoritarios, por el momento afortunadamente solo declamatorios..., concluye diciendo el profesor Savater.Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
elblogdeharendt@gmail.comLa verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)