Antes de venirme a Filipinas me propuse buscar algunos alicientes que hiciera la estancia más llevadera. Lo primero que se me vino a la cabeza es volver a practicar Karate. Ya lo había hecho en mis años más jóvenes, y con el firme propósito de ir acabando todo lo que he empezado a lo largo de mi vida, decidí que eso de intentar conseguir el cinturón negro en un país asiático ( aún sin ser Japón) podría ser muy interesante.
Después de una pequeña prueba, y aunque era obvio que había olivado gran parte de lo aprendido, mi Sensei ( Maestro, o literalmente el que ha nacido antes) decidió que siguiera desde cinturón Verde (6 Kyu). Realmente el cinturón no sirve de nada, pues lo que de verdad cuenta es tu progresión y eso va dentro de la persona. El comienzo fue duro, mi cuerpo no obedecía a mi mente y el camino que quedaba y queda se me antoja muy largo.
Creo que Marisa nunca ha llegado a comprender por qué me gusta tanto el Karate. Para mi desgracia ella lo sigue viendo como una actividad en que los niños dan patadas y puñetazos vestidos con una especie de disfraz blanco. Para mi es algo bien distinto. Me complementa, me ayuda a crecer y ser mejor persona. El dojo Kun que repetimos de memoria al acabar cada entrenamiento no son unas frases huecas y sin sentido. Es una forma de mirar a la vida. Fomenta la humildad por encima de todo, el respeto y la disciplina. Mejora la confianza en uno mismo ayudando a conocerte mejor. Como afrontas un combate, los miedos que tienes durante la pelea y como los superas es un reflejo de cómo enfocas las otras facetas de tu vida.
Desde que empecé, largas jornadas de entrenamientos, agujetas, muchos momentos de frustración, algunos golpes que dolieron más en el corazón que en el cuerpo y mucha ilusión.
Durante este año me ha dado tiempo a aprobar un par de exámenes y empezar a prepararme para el cinturón marrón (3 kyu). Incluso he ido a mi primera competición de la que ya hablaré más adelante. Solo adelantaré que aunque el resultado no fue el que hubiera deseado me dejó una enorme satisfacción. Satisfacción por ser capaz de ponerme delante de toda esa gente, sintiendo que todas las miradas se fijaban mas en mi al ser el único extranjero e intentar hacerlo lo mejor que sabía. Satisfacción por darme cuenta que, aunque sigue sin gustarme perder, la derrota no es una tragedia si no una posibilidad. La derrota nos da la oportunidad de volvernos a levantar. Y ahí estriba la verdadera fuerza.
Oss!
Mario Jimenez