Es una de mis obsesiones. Dar con la palabra exacta para escribir e incluso para hablar se ha convertido en mi deseo perpetuo y mi admiración hacia quienes la tienen y la usan. La palabra exacta en el momento exacto... Ya conté algo en este blog hace unos cuantos años. Debe ser que una se va haciendo mayor, las manías y esas cosas, pero caigo de nuevo en esa búsqueda, que hoy me viene al pelo para hablarles de un librito que es en sí un maravilloso ejemplo de palabras exactas.
Si a esa palabra exacta o conjunto de palabras exactas le sumamos sencillez y belleza, nos estaremos acercando al summun de esa búsqueda. Hace algunos años entrevisté para la hoy extinta La Opinión de Tenerife a la escritora canaria María Teresa de Vega. Fue una conversación amena, sin prisas y casi me olvidé de que había puesto la grabadora. Hace unos días, ordenando en casa unos papeles, encontré una fotocopia de aquella entrevista y me quedé muy sorprendida. "Tienta la palabra bella en lugar de la exacta" era su titular. Así lo contaba ella:
Es cierto, existe siempre la tentación de la palabra bella en lugar de la palabra exacta o más conveniente; pero con el tiempo, esa tentación va desapareciendo. La palabra bella, al igual que la palabra adecuada, es pura retórica en su mayor sentido, es una palabra vacía de necesidad
Entonces entendí que esa obsesión mía, más bien un anhelo, viene desde hace bastante tiempo, aunque para mi consuelo diré que no soy la única que se detiene en esa clave, en la exactitud de las palabras, la oportunidad de su uso. Que somos legión, si me permiten la hipérbole; saber que más profesionales se percatan de la importancia de ese detalle, como hizo hace unos días la periodista Saray Encinoso en su reseña sobre el libro del que les quiero hablar me genera... ¿cómo decir satisfacción sin decirlo? −no es este término precisamente una palabra exacta, debe ser por lo que la choteó el rey emérito−.
Nicolás Dorta, periodista, profesor y excolega de profesión, ha hecho un perfecto ejercicio de palabras exactas en Las zonas comunes, editado por Ediciones Franz, cinco relatos que narran con una sencillez pasmosa esas situaciones comunes que podría vivir cada uno de nosotros, las suyas propias, claro está. Y me maravilla comprobar cómo lo sencillo se engrandece, cómo una simple historia adolescente en una banda de música municipal, por citarles solo un ejemplo, suena a las mil maravillas. Ese costumbrismo algo melancólico que traslada en sus relatos no es la sensación real que él transmite. Por eso creo que tiene más mérito ser capaz de imbuirse en la creación de un conjunto de historias que no son reflejo fiel de su forma de ser, aunque puedan tener ramalazos autobiográficos o de situaciones que le son cercanas.
Y es curioso: Nico da con esas palabras exactas, me aventuro a decir, porque seguramente se lo curra. Y así lo cuenta en el propio libro:
No puedo hacer otra cosa que corregir constantemente los errores de cada frase, las expresiones sobrantes y toda esa tarea de "limpiar" palabras
Si me he animado a reseñar de esta forma tan desordenada Las zonas comunes es porque me han reconciliado en parte con la lectura, esa que tomo de forma intermitente desde hace algunos años por no encontrar ni un segundo de calma sin caer liquidada en la cama en apenas 10 minutos o tener que interrumpir la misma página cien veces por unos gritos extraños que suenan algo así como "¡¡¡mamáááááááá!!!
Lean a Nico y sus zonas comunes. Verán que al final son también las zonas de muchos de nosotros.