Antiguamente las tierras propiedad de los señores, aristocracia, corona, órdenes militares y religiosas, y la Iglesia, no se ponían en producción para satisfacer demandas de población, que nunca importaron a ninguno de los anteriores, utilizándose principalmente para el ocio, caza y placeres de sus dueños. País en cuyas ciudades siempre se vieron muchas torres y cruces sobre ellas, y muy pocas chimeneas, habla sobre la poca consideración que las élites españolas tuvieron sobre el trabajo. Hace cientos de años la mano de obra sobrante salía a conquistar nuevos mundos hacia América, viajes que seguirían realizando decenas de miles de españoles en siglos posteriores. En fechas no tan lejanas, los años 60, salieron a Europa millón y medio de españoles, -por cierto la mitad ‘sin papeles’-.
En la Transición regresan a España dos millones de españoles emigrantes en medio de las crisis sucesivas del petróleo y la crisis de modernización del aparato productivo, se destruyen cientos de miles de puestos de trabajo al adaptar tareas agrícolas, pesca e industria a la UE, hasta años relativamente cercanos en los que se vuelve a repetir con la entrada a la eurozona.
Durante los años ochenta las tasas de paro en España eran sistemáticamente más altas que las del resto de Europa, manteniéndose durante muchos años cercanas al doble que en los países de la UE. En todo caso conviene prestar mayor atención a las cifras de activos ocupados que a las de parados, ya que muchas veces tapan parte de la realidad de la gente que trabaja –se entiende dentro del mercado laboral oficial-. Los ocupados han aumentado desde 1996/97 hasta 2008 aumentando la tasa de actividad, y fundamentalmente por la importancia de la incorporación de mujeres al mercado de trabajo.