Ahora, finalmente, se reunirán las fuerzas políticas a instancias de nuestra ministra de Sanidad, para dictaminar si se prohíben, o no, los anuncios de contactos en prensa y otros medios de comunicación. Prohibir. Término cada vez más en boga desde que la administración progresista vela por nuestro destino y mejora los derechos sociales, entendiendo, claro está, como derechos los que el gobierno considera que lo son. Por ejemplo, una meretriz que libremente ejerce el oficio más viejo del mundo, no podrá ofrecer el mercado de su propia carne a los posibles clientes porque está prohibido; Pajín decidió que la prostitución vejaba a la mujer, y por lo tanto, se prohíbe su publicidad. No importa que exista un acuerdo voluntario entre las dos partes; el Estado intervencionista lo limita y le pone trabas porque resulta indigno, aunque para muchas mujeres, lo es aún más, el no poder llegar a fin de mes, gracias a las políticas sociales del mismo gobierno que pretende prohibir la publicidad a las putas. Nos han limitado la velocidad a a ciento diez kilómetros por hora; no se puede fumar en establecimientos públicos, aunque sean de propiedad y uso privado, el gobierno ha decidido que el tabaco es pernicioso para la salud, y se retira; el consumo de alcohol en presencia de menores, también ha sido motivo de actuación gubernamental, cuando antes de ofrecía como aperitivo a los niños para abrirles el apetito; en fin, mientras somos líderes en tolerancia autorizando las bodas homosexuales, cosa que no hizo Francia, ilegalizamos de facto a las prostitutas, que son permitidas en países como Holanda o Dinamarca.
En resumen, podremos ver publicidad de automóviles que alcanzan doscientos kilómetros por hora, cuando la velocidad máxima se limita a ciento diez; las series españolas versan sobre bodegas que elaboran caldos capaces de convertir a uno en cirrótico si se consume en exceso, pero prohibimos anunciarse a quien recurre al comercio de la carne, voluntariamente, para ganarse el pan de cada día, cuando lo que debería es de legalizarse y regular la prostitución, vigilar su estado sanitario, y facilitar un carnet para el ejercicio. En vez de cercenar el derecho al libre comercio, mejor se destinaban los medios a la persecución del proxenetismo, de la trata de blancas, de la relación entre las drogas y el sexo de pago, facilitando que el oficio más viejo del mundo, en su versión clásica, perdurase, como de de hecho va a suceder. Es otro caso de hipocresía política.