Abajo el ajo

Por Soniavaliente @soniavaliente_

 El tema de la alimentación sana se está yendo de las manos. No sabe cómo ha sobrevivido a tanto veneno: el azúcar, las grasas saturadas, el panga, la carne roja, al colesterol del huevo, las harinas refinadas y el vaso de leche que toma cada mañana. El nuevo invitado a la fiesta de la desinformación: el aceite de palma.

Hay posverdades –opiniones o percepciones sobre la realidad que pesan más que los hechos- que se incrustan en el cerebro y no hay modo de que salgan de ahí. Como que el ser humano es el único mamífero que toma leche de adulto. Claro, y el único animal que come bacalao al pil-pil.

Por estas creencias, ha visto amigos cambiar su alimentación de un día para otro y desayunar un vaso de agua caliente con limón. Otros, se han apuntado a la moda de la verdura ecológica. Y después, está la madre de todas las modas, lo habrán notado, la moda del ajo.

Alguien tenía que decirlo: ¿de verdad es necesario? ¡Basta ya! Pero ¿estas personas no tienen reuniones, amigos, familia, una vida?

El otro día, tras un intenso día en Madrid, se congratuló de regresar en el vagón del silencio. Nada hacía sospechar que el chico de al lado, trajeado y educado, iba a roncarle a la oreja con un tufo irrespirable. La nueva fiebre comenzó tibiamente con los ajos negros –unos ajos frescos crudos fermentados con agua de mar- pero como su precio es elevado, a la gente le dio por engullir dientes de ajo normales. Y como tragarse un ajo entero es de valientes, los partían por la mitad para facilitar su ingesta. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Si bien es cierto que al ajo se le atribuyen propiedades milagrosas: protege el sistema inmunitario, regula la tensión arterial y reduce la fatiga, tengan un poquito de caridad. Y tómenselo en su casa. Por la noche. Dicen que la halitosis es como ser idiota, todos lo notan excepto quien la padece.