Esa experiencia me hizo pensar en cómo será sentirse abandonado. Es una sensación tremenda que nadie se preocupe por uno; un sentimiento terriblemente doloroso. Pero aunque la gente nos abandone, el amor y la presencia de Dios están asegurados. Él promete que nunca nos dejará (Deuteronomio 31:8), que estará con nosotros dondequiera que vayamos, «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).
El Señor nunca dejará de cumplir lo que les prometió a sus hijos. Aunque los demás nos hayan abandonado, podemos confiar en su promesa de que nada «nos separará del amor de Cristo» (Romanos 8:35-39).
La confianza en la presencia de Dios es nuestro consuelo.
(Nuestro Pan Diario)