Existen cosas típicas y tópicas en la tradición española que merecen todo un capítulo aparte en la historia. Una de ellas es el mundo de los abanicos. Me vienen a la cabeza esas señoras muy señoronas pavoneándose, coquetas, con sus soplillos en el palco de un teatro madrileño en mitad de una representación de “La reina mora”. Hubo un tiempo en el que un abanico era más que un paipay para hacer aire. Cuentan que el abanico fue todo un símbolo con un sofisticado lenguaje con el que una dama era capaz de decir todo sin abrir la boca según movía, enigmática, su abanico de encaje (click si quieres conocer más). Aquel lenguaje se perdió en la nube de los tiempos y casi nadie se acordó de los aventadores hasta que llegaron unos señores de Ibiza, los Locomía, con sus hombreras imposibles agitando unos flabelos que seguro que provocarían grandes tifones en Australia, por lo del “efecto mariposa” y todo eso. Su escenografía hoy en día haría que nos arrancásemos los ojos los unos a los otros, para evitar esa visión horripilante, pero todos bailamos aquellos veranos al vientecillo de los pericos aquellos. Que tiempos!.
Pensaba que todo había quedado en el olvido de estos cómodos tiempos del aire acondicionado hasta que llegó el Consejero de Sanidad de Madrid y consiguió helarnos la sangre en plena ola de calor esta en la que hasta las piedras empiezan a derretirse. Resulta que para este hombre de mente preclara (que no sólo no ha sido cesado sino que encima se le aplaudió la ocurrencia por parte de sus compinches de partido) la solución a que se nos derritan nuestros hijos en clase no es más que aquello de “Dobla, Dobla, Dobla y tienes un abanico”. Podríamos proponerle que vaya a visitar a Pepe Botero para intentar venderle su modelo de aire acondicionado. El problema es que esto no es más que un reflejo más de la política que estamos sufriendo, la de aquellos que están a lo que están, a los que no les importamos un botijo y tienen tan pocas luces como para soltarnos necedades de este calibre. Aquellos que no son más que esbirros del nuevo maestro del lenguaje, nuestro presidente, que nos enloquece cada vez que abre la boca e intentamos averiguar lo que nos ha dicho. No se si será que mi intelecto no me llega o que el calor me ha fundido el cerebro pero, oye, que no entiendo yo la lengua críptica que se gasta este hombre. ¿Y lo peor de todo? Que las circunstancias harán que le toque pronunciarse sobre como hacer frente al calor, veremos si no nos sugiere que nos soplemos los unos a los otros.
Pero el caso del calor no es una tontería porque si el planeta se acaba se acabó todo, ya no tendremos que preocuparnos por ninguno de los problemas que nos atenazan, no nos tendremos que preocupar por NADA, en mayúsculas, ni por los galimatías de Rajoy y ni siquiera por la última sandez de Trump porque si se nos muere el planeta nos morimos todos, nos va la vida en ello.
Sea por lo que sea lo que es indiscutible es que hace más calor, cada vez más, tanto que ya es como para pensar si estamos ante un fenómeno meteorológico sin más o un efecto palpable de que nos hemos cargado el planeta, y esto no se soluciona con abanicos. Supongo que a alguno de los sabi-hondos de turno se le habrá ocurrido poner aire acondicionado en todos los espacios cerrados y combatir así el agobio. Está claro que esto no es la solución pero algo habremos de idear porque este calor no parece natural. Los expertos nos cuentan que el verano lleva décadas (desde los 80) alargándose más o menos un día al año (click si quieres saber) y la primavera se va acortando por obra de aquello del calentamiento global y el primo de Rajoy.
Ha llegado el momento en el que comprendemos que el calentamiento no es cosa de ciencia ficción o películas de catástrofes. Ahora ya nos está afectando en nuestras vidas, comprobamos como los polos ya no son más que sorbetes. Ya estamos padeciendo los efectos de estar cociéndonos a fuego lento con el “chup chup” de Avecrem. Desplazados climáticos, incendios pavorosos, bochorno, falta de sueño una mala gaita de narices… de solucionar eso se trata, de salvar nuestra existencia en sentido literal. Se debería acometer una política a gran nivel y además urgentemente porque el deterioro medioambiental se nos va de las manos y no tenemos nada con lo que luchar. Teníamos el Acuerdo del Clima de París (menos es nada), justo ese que Trump se ha cargado al sacar de él al segundo país más contaminante del planeta. Necesitamos acuerdos mundiales que detengan la catástrofe y nosotros, el país que usa el Sol para broncearse y no para generar energía, vamos listos, sólo tenemos a Mariano y a su primo.