Pues bien, no es oro todo lo que reluce.
Lo primero que vi cuando entré en el portal, a la derecha, es el comedor, muy pequeño y en ese momento me dije: <<Uff, si coincidimos aquí la mitad del hotel vamos a tener que desayunar sobre el mostrador de recepción>>. En mi caso la verdad es que no ocurrió, había 4 mesas en el comedor, o cinco, no recuerdo bien, y todas estaban ocupadas, menos mal que no llegó nadie más, cosa que me hubiese gustado ver de qué forma resolvían.
Todo en este hotel, al menos en cuanto a la entrada se refiere, es minúsculo. Pero bueno, es un hotel pequeñito. La pesadilla empezó cuando llegué a la habitación.
Como habréis imaginado los que seguís este blog, viajo bastante, por España, eso sí, y estoy abierto a experimentar. Aunque también trabajo en la habitación y doy mucha importancia a que esta sea acogedora y tenga un mínimo de comodidad. Esto no lo conseguí en este hotel. La habitación no podía ser más espartana. Aunque tenía tres camas, yo viajo solo, era lo único que había de más en esa habitación. El escritorio, bueno, la mesa que había para trabajar, en mi caso, era escuálida, estrecha y tampoco era ancha, a penas cabían el portátil y el ratón. La iluminación era pobre, un plafón en el techo y ya te apañarás si no ves bien. Las paredes me recordaban a las prisiones que salen en las películas aunque más limpias pero tenían desconchones y tenían un color así como gris que no ayudaba mucho a conseguir ese ambiente cálido y acogedor que yo busco en los hoteles.
La habitación estaba en el segundo piso y la wifi a penas llegaba, tuve que tirar de los datos del móvil y como estaba tan incómodo, me dije: <<voy a poner la tele a ver si me ambienta un poco la habitación>>. Aunque no la veas la TV genera un ambiente agradable allá donde estés, sobre todo si estás sólo. Pues bien, la TV no funcionaba. Y ¿a que no os imagináis lo que ocurrió cuando intenté llamar a recepción para informar de todo esto? Correcto, el teléfono no funcionaba. Vamos, un desastre.
Bajé a recepción para informar directamente. Subió conmigo el que se supone era el director del hotel que casualmente por la mañana estaba limpiando y arreglando las cinco mesas del comedor. Era un chico bastante joven, no tendría más de 24 ó 25 años. Estuvo probando la TV, el teléfono, se subió a la única silla que había en la habitación, en la que yo luego pensaba sentarme a trabajar. El caso es que el chaval lo intentó pero no hubo forma de arreglar nada. Le comenté que me gustaría que me asignara otra habitación en mejores condiciones y me confesó que estaban llenos, cosa que dudé ya que cuando un hotel está lleno se nota. No puse más objeción. Sólo iba a pasar una noche. Así que me armé de valor, me adapté como pude y me olvidé de lo peor.
A la mañana siguiente bajé a desayunar y habían cuatro parejas y yo, ocupábamos todas las mesas que habían y el buffete, en fin, imaginaoslo, muy escaso, de hecho me tomé un café con leche y un croisant y ya está. Añado en este punto que mis desayunos suelen ser importanes: 2 cafés con leche, 1 zumo de naranja o 2, depende, croisant, donut y demás bollería. En fin, es lo que hay.
Lo que sí me gustó fue la escalera que utilicé para subir al segundo piso, era muy antigua, de madera desgastada por el tiempo, incluso crujía, me encantó.
Por tanto, este hotel no ha pasado mi examen ya que no me sentí ni atendido ni mínimamente cómodo. La puntuación que le puedo dar es de un 3. Lamentándolo mucho no creo que vuelva por allí. Dejo algunas fotos.