ANTISÉPTICO, DIURÉTICO, ASTRINGENTE.
Se trata de un árbol conocido desde culturas arcaicas, si bien hasta entrado el siglo XII no se le atribuyeron propiedades curativas pues con anterioridad solo se aprovechaba su madera. Puede llegar a alcanzar los 30 metros de altura, la corteza tiene un tono blanquecino plateado. Podemos encontrar ejemplares de este árbol en todo el norte de España así como en algunas zonas altas -por encima de los 1000 metros respecto al nivel del mar- de la mitad sur de la Península. En Portugal, curiosamente, se cultiva a una altura más baja. Se emplea prácticamente toda la planta: la flor, la savia, la yema, las hojas y la corteza de las ramas jóvenes. En las hojas encontramos gran cantidad de flavonoides (como la miricitrina) que son las responsables de su marcada acción diurética, empleándose en caso de afecciones urinarias como cistitis, pielonefritis, litiasis, oliguria e hidropesía. Si nos fijamos detenidamente en sus hojas, observamos la presencia de aceites esenciales; un ejemplo es el betulinol que contiene una cierta acción febrífuga por lo que su empleo como antitérmico da buenos resultados. La esencia de por sí actúa como antiséptico y cicatrizante por lo que se puede emplear en ciertos tipos de infecciones. El principio aromático de esta esencia es el ácido betulábico. En la corteza encontramos taninos, cuya proporción puede variar entre el 10 y 20%, y que le confiere acción astringente y colerética empleándose en disquinesias biliares. La savia tiene acción diurética y antirreumática por lo que se utiliza en procesos de gota y reumatismo. INFUSIÓN DE LAS HOJAS: Se añaden 35 gramos de hojas a un litro de agua dejándolas en contacto con el agua hervida y fuera del fuego durante 10 minutos; al alcanzar los 40ºC se añade un gramo de bicarbonato de sodio aumentando así su efectividad. Se pueden tomar un total de tres tazas al día.