El abejaruco me ha fascinado desde niño, supongo que por la policromía de su plumaje, singular dentro de la fauna ibérica, dominantemente parda. No me sorprende que haya llamado la atención de muchos otros también, pues parece cierto que todos los colores están presentes en él, incluido el rojo, ausente en sus plumas pero no en el iris de sus ojos.
Apenas unos segundos... y el tren pasa. La vida a todo color sigue ahí, dispuesta a engendrar más vida este verano. Nuevos seres saldrán de su cueva-útero profunda y oscura. Por mi parte, mis deseos vivos de seguir asistiendo a ella, a la vida, aunque deba ser girando el cuello de izquierda a derecha, al otro lado de un vidrio que no tiene previsto detenerse frente a ella.