El país lleva medio año con un Gobierno en funciones que no puede tomar iniciativas y se limita a administrar el día a día en la Administración del Estado, aplazando, por consiguiente, asuntos de una relevancia capital para los intereses nacionales. Si hubiera que convocar nuevos comicios, no daría tiempo de elaborar ni tramitar, antes de finalizar el año, la ley más importante del país, la de los Presupuestos del Estado, lo que obligaría, en unas circunstancias realmente difíciles, a prorrogar los actuales para el próximo curso. Ello acarrearía la congelación del gasto (salarios de funcionarios, pensiones, etc.) y la parálisis de nuevas inversiones (obra pública, contratación de personal, etc.), todo lo cual afectaría negativamente a la incipiente recuperación que parece percibirse en nuestra economía. Todas las formaciones políticas son conscientes del peligro que entrañan nuevas elecciones, de ahí esas constantes promesas de que harán lo posible por evitarlas. Pero, ¿cómo resolver la paradoja de no verse en la necesidad de nuevas elecciones y negar, simultáneamente, todo apoyo a la formación de Gobierno? Los líderes de los partidos guardan sus cartas para la negociación que Rajoy ha de entablar necesariamente con todos y cada uno de ellos. El juego y los “faroles” que se marcan los jugadores no han hecho más que empezar.
No son aconsejables, por tanto, nuevas elecciones ni necesariamente estamos abocados a ellas si los actores que han de resolver el asunto actúan con responsabilidad. Tienen que ponerse a negociar, pactar y acordar ese compromiso menos malo para España y los intereses de los españoles. Todo lo demás es monserga irresponsable que no se comprende en partidos, viejos o nuevos, que dicen perseguir el beneficio conjunto de los españoles y el bien común. Es hora de que lo demuestren de una vez.