Abogada del diablo

Publicado el 16 junio 2011 por Carmentxu

Los políticos son el mensajero, la marioneta, meros títeres con manos y pies atados por el sistema, entiéndase financiero, que cantan con voces de ventrílocuos la canción del verano. Hasta aquí todos de acuerdo, la realidad lo prueba cada día. Y se asume y se comenta con desprecio. Y ese cansancio de la situación se desbordó pacíficamente. Llegó el 15-M y hasta hoy, 16-J, con el apoyo popular implícito y las simpatías de la mayoría.

Los indignados violentos de ayer en Barcelona son la cara B, la menos comercial, del movimiento 15-M. Los indignados durante semanas experimentaron con la democracia verdadera la convivencia y la participación, convirtiendo las plazas en un inmenso laboratorio de ideas que volaban libres. El 15-M hizo del pacifismo su bandera en contraposición a la violencia verbal y psicológica de políticos y banqueros, en su sentido más fondo, monetario e internacional. Lo sucedido ayer en Barcelona pone sobre la mesa lo complicado que puede llegar a ser pasar de la utopía a la realidad, a la concreción para tocar los sueños sin que se desvanezcan ni se conviertan en pesadillas por un mal despertar.

Hoy todos, afines y no afines, catalanistas y anticatalanistas, de derechas o izquierdas, apolíticos,… Todos tienen su buen espacio en los medios de comunicación generalistas para renegar y condenar la violencia de patio de colegio de ayer. Y no defiendo su cobardía: la masa envalentonada contra la persona. Pero que los árboles frondosos de la Ciutadella no nos impidan ver el bosque: los violentos son los que llegaron en helicóptero, un medio de transporte por otro lado muy socorrido para elevarse cuando la realidad no gusta, ya sea porque los atascos atascan también apretadas agendas o para no encontrarse cara a cara con esa engorrosa indignación que les molesta cuando se disponen a aprobar las medidas más antisociales e insolidarias de la historia reciente del país. Las miserias, al parecer, también tienen su efecto llamada.

Peridis, hoy en El País

Lo cierto es que, después de los incidentes, cada uno de ellos seguirá con su vida, cobrando sus excelentes sueldos a final de mes. Tienen además plataformas de lujo donde expresar sus quejas y ahora todos se solidarizan con ellos. Pero volviendo al bosque, los cinco millones de parados, los trabajadores precarios y sobreexplotados con el miedo a un ERE disparándoles el corazón porque saben que más allá no habrá nada, las miles de familias desahuciadas o los neopobres que, ellos sí con vergüenza sincera, se acercan cada día disimuladamente a los servicios de reparto de alimentos, a ellos sólo les queda la calle. Y bajo los adoquines no hay ninguna playa, sino los túneles del metro, gusanos de hierro que recorren el laberinto y una salida de emergencia para acabar con todo. Eso sí es indignante y, para ellos, no hay cordones policiales que les defiendan. Tampoco ningún político ni banquero se parará a ayudarles.