Mirada que atraviesa la situación vergonzosa de enfrentarse a lo que hay. Surcos que cuentan la experiencia de un tiempo pasado, de momentos vividos. Secretos guardados que aparecen en forma de manchas. Labios que silencian conversaciones perdidas, besos no dados.
Sigues trazando líneas que buscan ocultar lo que no debe salir. Aquello que tú solamente crees saber. Sombra que tapa la herida causada por el caer constante de una lágrima. Haz de luz que esquiva la ilusión de mostrar un rostro que busca ser aceptado por los demás. Personaje creado tras horas de ensayo, de seguir a pies juntillas “lo que debe ser”. Discurso aprendido para seguir el patrón indicado en los años de infancia. Vida, puesta en otros brazos, esperando a ser mecida.
Pañuelo que expande la breve imagen de aquellos dolores no superados. Imitador impasible que llora sin mojarse, ríe silenciosamente. Expresiones que emocionan, sin existir sentimiento.
Cierras los ojos, deseando que al abrirlos ese rostro imperturbable no siga regalándote una realidad solamente conocida por ti. Eso no ocurrirá. Él seguirá ahí, delante de ti, compartiendo tus sueños, tus alegrías y tus tristezas. De vez en cuando, volverás a pasar tus dedos tocando cada línea de su cara y descubrirás líneas nuevas, manchas más grandes y ojos cada vez más débiles.
Un día, tendrás el tiempo suficiente para darte cuenta que lo que tienes delante es una puerta a tu interior. Mira bien en los ojos, con calma, sin prisa. Acércate, si no los ves bien. Respira, ahí lo tienes ¿lo ves? Ahí está un niño esperando a ser abrazado, sin preocuparse por tus arrugas, por los besos que no has dado o por los dolores que aparecen de vez en cuando. Tan solo espera tu mano, extensión de tu corazón, para sentirse querido. Acógele entre tus brazos, mece sus sueños y susúrrale al oído lo mucho que le quieres. No te preocupes por las lágrimas que humedecen tus ojos. Es la manera que tiene él de decirte que te estaba esperando.