Alcanzamos las orillas de abril para adentrarnos en los brillantes prados de la primavera, después de cruzar las cumbres de un invierno templado, de mansedumbre otoñal, que ha claudicado de su rigor descarnado salvo en contados y súbitos arrebatos. Dejamos atrás pendientes tortuosas y grises como la melancolía para recorrer ahora senderos llanos y abiertos hasta el horizonte, donde se confunden en una línea el cielo y la alegría de los días azules. Cruzamos la entrada al reino de la luz y la exuberancia cromática y amorosa de la naturaleza antes de confluir en un verano que se vislumbra tras el jolgorio de las aves y los animales. Abril es frontera estacional que separa la luz de las tinieblas, el calor del frío y la alegría de la tristeza, pero tan inestable como el alma de los inquietos, siempre impacientes por atrapar lo que aún no ha llegado: un tiempo, un sueño, un amor. Abril es verso para la poesía, como la que figura en el Almanaque de Cuadernos de Roldán:
Abril, de amores mil,
desbarata
portañuelas,
do República
y Primavera
se cuelan.
El Conde de la Casa Padilla