La vieja casona que habitan y heredan por momentos les queda chica, por momentos grande a las protagonistas de un triple duelo: por la muerte de un ser querido, por cierta reducción (y reacomodamiento) familiar, por el fin de la adolescencia. Los portazos y la rotura de ventanas son los síntomas inequívocos de este proceso y la obvia confirmación de un título que promete luz y oxigenación.
Antes que representar lo íntimo, Mumenthaler esboza -tal vez sin proponérselo- el retrato de un tipo de juventud argentina: los pichones de clase media-alta cuyos problemas poco acuciantes los habilitan a practicar un ombliguismo que, ni en la vida real ni en el cine, reviste mayor interés.
La actuación de María Canale es quizás la excepción a la regla general de superficialidad y tedio. Por lo demás y para terminar esta casi indignada reseña, Abrir puertas y ventanas es a esta entrega del festival marplatense más o menos lo que Enero a la última edición del BAFICI.