Abuela reina.
Las ilustraciones de Raquel Díaz Reguera llaman la atención por la viveza de los colores y el efecto collage, como si los vestidos y complementos de las señoras fueran fragmentos de figuras geométricas añadidos al rostro: las caras son en general redondas y el cuerpo suele tener una forma triangular; el resultado es un estilo muy original y creativo que enseguida se identifica con la autora. Además, el semblante de las abuelas tiene una gran expresividad y valoro el hecho de que se haya dedicado un álbum a personas ancianas (lo habitual es que se dibuje a niños); incluso las más temibles transmiten ese carácter apacible tan asociado a este miembro de la familia. Por otro lado, la variedad de señoras que se recogen me parece más que suficiente: veintinueve tipos de abuelas que llevan al extremo algunos rasgos inconfundibles basados en profesiones o aficiones (la costurera, la repostera, la arreglacosas), en algún aspecto de su personalidad (la regalona, la melancólica, la supersticiosa) o incluso de su imagen (la de negro, la rosa). La intención no es hacer retratos verosímiles, sino destacar la simpatía de las abuelas con ilustraciones de cada una de ellas acompañadas de una breve descripción y algunos objetos que asociados a su rasgo particular. Es un álbum entrañable que hace sonreír al lector.Abuela por carta.
Con respecto al texto, como ya pude comprobar en Un día de pasos alegres, Raquel Díaz Reguera tiene mucha imaginación y logra sacar partido de la descripción de cada abuela con un lenguaje comprensible para los niños que también pueden saborear los adultos. Sus palabras son amables y cariñosas, en la línea del resto del álbum. Además, no todo es información sobre las ancianas: también hay detalles curiosos (los objetos de las abuelas y otras cosas que vuelan por las páginas) y apartados especiales (los dormitorios de las abuelas, los besos, los recuerdos…) que evitan que el libro caiga en la monotonía. Todo está cuidado hasta el más mínimo detalle y me parece un hermoso homenaje a las abuelas. El libro sigue el mismo enfoque que Besos que fueron y no fueron, un álbum precioso con el que la editorial estrenó una colección de títulos de autores e ilustradores españoles que van más allá del simple cuento y realizan una auténtica obra de arte perfecta para regalar y releer. No obstante, el tamaño del álbum que comento esta vez es más pequeño (28,7 x 24,6 cm), cosa que me parece un acierto porque Besos que fueron y no fueron permitía un (todavía) mayor despliegue de creatividad (no era un simple recopilatorio de besos) y, en cambio, las Abuelas de la A a la Z son ante todo una lista de abuelas, de modo que estas medidas hacen que sea más manejable.Abuela coleccionista.
Por lo demás, la edición está muy cuidada, se utiliza papel de calidad y la extensión de 80 páginas justifica su precio. El texto está bien integrado en las ilustraciones: por lo general, se repite el esquema de utilizar una página para el dibujo de la abuela y dedicar la lateral a describirla y presentar algunos objetos suyos, con la tipografía de un estilo claro y el fondo de una tonalidad a juego con la imagen. No hay espacios en blanco; todo se aprovecha al máximo. La pregunta del millón: ¿a quién va dirigido? La editorial lo sitúa en el rango de entre 6 y 9 años, pero con los álbumes ilustrados siempre ocurre lo mismo: pueden gustar a lectores de todas las edades y de hecho pienso que a menudo son más apreciados por los adultos que por los más pequeños. Este en concreto me lo imagino en manos de adultos amantes de este tipo de obras que tengan ganas de recordar los momentos entrañables de la infancia junto a sus abuelas, y también de niños que lean con sus padres al lado, pues al centrarse en las abuelas resulta más cercano para ellos que otros álbumes que he leído, como el citado Besos que fueron y no fueron o El pequeño teatro de Rébecca, dos títulos que yo no regalaría a un niño de esa franja de edad.