Este año, se cumplen 30 años desde que una persona maravillosa nos dejó. Estoy hablando de mi abuela Fina, de “abuelita” como la llamábamos todos.Han pasado muchos años, pero aún hoy me acuerdo mucho de ella; de su sonrisa, de su cara, de su cariño. Mujer de las de antes, dura como el pedernal, trabajadora incansable, fue un ejemplo de lucha y dedicación a su familia como hay pocos. Afloran a mis ojos lágrimas que corren por mis mejillas sin poder remediarlo, echando en falta su bondad, su comprensión y su talante.En momentos duros como este que estoy pasando, me vienen a la cabeza detalles de una mujer trabajadora y honesta como pocas, y que me sirven para no tirar la toalla e irme a buscarla allá donde se encuentre.Ella perteneció a una generación dura como el pedernal, que pasó auténticas necesidades en la postguerra española y que fueron -los miembros de esa generación- los auténticos generadores de lo que es España hoy en día. Prueba de esa dureza, es que “abuelita” tuvo una sola semana de vacaciones en su vida. Sí, una sola semana, que pasó con dos de sus nietos -me incluyo- en Palma de Mallorca. También fue la primera y única vez que se subió a un avión y durmió en una litera del expreso nocturno de Oviedo a Madrid. Para ella no había fines de semana ni festivos, eran todos días laborables.
"Abuelita" con sus nietos José, Tatina, Julín y Roberto. Falta Graciela
Durante mi adolescencia, casi todos los días iba a verla al salir del colegio. Como siempre me la encontraba en la cocina del hostal haciendo la cena para los huéspedes, o, si llegaba más temprano, cosiendo con su máquina Singer en la galería. Pocas veces -creo que ninguna- la vi haciendo otra cosa que no fuera trabajar. Trabajando y preocupándose de los demás; de cualquier persona, bien fuera familiar o no, bien fuera conocida o desconocida. Siempre preocupándose. Era su forma de ser. Una forma de ser generosa y desprendida, que heredó su hija Marlene, mi madre.En algunas navidades -pocas, eso sí-, se venía a casa a cenar, y ese día era una fiesta. Aunque durara poco, ya que siempre estaba pensando en sus huéspedes, y al cabo de cenar, se volvía a su casa.Casada con mi abuelo Julio, tuvo dos hijos, Julito y Marlene (mi madre), de los cuales solo queda entre nosotros -y ojalá por muchísimo tiempo- mi madre Marlene, de la que hablaré en otra ocasión, ya que se lo merece. Ya sé, ya sé, pero es mi madre.Termino estas líneas dedicadas a mi “abuelita”, de la misma forma que empecé, recordando lo maravillosa que era, y aunque no está entre nosotros, dicen por ahí que nunca te mueres si alguien se acuerda de ti. Entonces, para mí, “abuelita”, no estás muerta, porque me acuerdo de ti todos los días.
Allá donde te encuentres tu nieto Roberto, se acuerda de ti. ¡Te quiero!