Soy consciente de lo duro que tiene que ser ser abuelo a distancia. Más que nada porque ser hija (con hijos, o sea, la madre de los nietos) a distancia también lo es.
Entiendo que los abuelos miman y entiendo, por supuesto, que los padres, hasta cierto punto, dejen que los abuelos mimen. El problema es cuando los mimos no se reducen a unas pocas horas por semana, sino que son constantes durante varios días (los que dura la visita).
Para estar viviendo fuera, la verdad es que vengo mucho. No trabajo y los niños no tienen cole, así que da igual que cada 2 meses nos vayamos 2 semanas (suele ser lo mínimo que me quedo) a España a ver a los abuelos (y al sol, claro, no vayan a pensar los niños que mamá es una mentirosa y esa bola reluciente en el cielo no existe).
El caso es que cuando venimos, siempre tenemos el mismo problema: el exceso de mimos y las consecuencias de estos (que me toca pagar a mí solita cuando volvemos a casa). Mis padres se sienten culpables por no poder comer con nosotros los domingos o quedarse a los niños una tarde (cosa que sí hacen mis suegros de vez en cuando y acentúa la culpabilidad y la envidia, sobre todo la envidia, de mis padres). Así que cuando estamos aquí intentan recuperar el tiempo perdido: Chucherías, regalos, dejarles hacer lo que quieran…etc. Si esto fuese cuestión de unas horas semanales, me callaría. Total, no pasa nada porque los niños sean los reyes absolutos una tarde entera y puedan hacer todo lo que en casa no les está permitido (entiéndase merendar helado y bollo y sugus, ver 3 películas seguidas o bañarse esa noche con el bañador nuevo, aunque sea invierno). Pero qué pasa cuando ese comportamiento es permitido 10 días seguidos? Pues que el niño se acostumbra (y su salud dental se resiente, claro) y la visita se acaba complicando.
No me gusta nada tener que discutir con mis padres cuando vengo, y mucho menos por los niños. Se supone que yo soy su madre y ellos sus abuelos, que yo estoy para educarles y que ellos se pueden permitir mimarles (que ya me han educado a mí) en cierta medida. Pero la medida se convierte en exceso cuando llevamos ya unos días y no creo que sea beneficioso ni para los niños, ni para sus padres, ni para la relación entre los abuelos y los niños. Cada vez que volvemos toca reeducarles y lo peor de todo es que, cuando hablo por teléfono con mis padres y les cuento el horror de viaje que he pasado (sola casi siempre porque mi marido tiene que trabajar y no puede venir siempre), las rabietas del mayor los siguientes días, la diarrea…etc. me dice mi padre: “Ya, es que les hemos mimado demasiado. En gran parte ha sido culpa nuestra.” Joer, y eso no lo podían haber pensado MIENTRAS estábamos allí? Antes, por ejemplo, de tener que pelearme con mi padre por decirle que si ya se ha tomado un helado, le toca una pieza de fruta y no un bollo? Que no es por fastidiar o que nos les va a querer menos por que les digan a algo que NO?
Y de verdad que entiendo cómo se sienten. Yo también me siento culpable porque no los disfruten más, de verdad que sí. Pero oye, mira que sería fácil lavarse las manos y dejarme ser a mí la mala que dice que no a algo en vez de quitarme la autoridad de mala manera delante de ellos! Porque el niño se acostumbra a que mamá no tiene razón o a que a mamá se le puede decir que NO a todo (y soy razonable, conste, no un ogro) y eso, al final, lo pagamos todos.