Si tenéis más de 30 años os recordaréis en una esquina esperando a un amigo, en una parada de autobús sin saber cuándo va llegar. Tendréis algún recuerdo de una cita con un chico o una chica que llegaba tarde. Esos momentos de tiempo muerto eran momentos de pensamientos profundos, de miradas con ojos abiertos a detalles, de imaginación, de creatividad. Ver aparecer a la persona que te gustaba después de quince minutos esperando era lo más especial que te podía pasar. En esos quince minutos era imposible saber si llegaría, cuándo llegaría o cuánto aguantarías tú esperando.
Cuando era pequeño en mi casa en Córdoba se dormía la siesta. En la siesta no se podía hacer ruido, no había teléfono, ni tablet, no se podía ver la tele y no teníamos consola. En esas tardes empecé a soñar con viajes, lenguas extranjeras, aventuras. En esas tardes me acerqué a los libros y a la escritura. Podía haber pintado, podía haber construido cosas… Si le decía a mi madre que yo no quería siesta, ella me contestaba: – Pues te aburres y te aguantas que no es malo.
Pues al principio no, es más, diría que igual, permanentemente preocupado de sus necesidades. Una vez íbamos de viaje y olvidamos esa mochila en la que teníamos casi lo mismo que la mamá del tren. El resultado fue que nuestro hijo fue todo el rato mirando por la ventana del coche, preguntando cosas interesantes y contándonos cosas del cole que normalmente no cuenta. Para mi fue un click en mi cabeza, no necesita mucho, pensé. Yo tampoco lo necesité. Éramos policías y ladrones, éramos las canicas, los cromos, la portería de piedras. Pero admitámoslo, todos hemos sucumbido a la velocidad, lo inmediato. Ya no hay esperas sin whatsapp, no hay enamorados que se soprenderán al ver llegar a su amor, los niños no quieren mirar por las ventanas y en la siesta no se escriben poemas, no se deja volar la fantasía.
Nunca ha habido una generación de padres más preocupada que la nuestra por sus hijos, nunca hubo tanto experto educativo, pedagogo, bloguero, etc…y parece que la atención que damos a nuestros hijos es la manera de medirnos, de indicar si somos buenos padres o no.
Aburrirse creo que es bueno e importante para todos, fomenta la creatividad, la fantasía, el pensamiento y muchas más cosas. Hoy he vuelto para reivindicar el aburrimiento…Últimamente me he aburrido del blog y de los temas de padres y madres pero os echo de menos también.