Así que con Nunca fuimos a Katmandú, Habana Jazz Club y El caparazón de la tortuga, TLB será mi cuarta novela.
A veces tengo que enumerarlos porque ya me lío...
Pero centrémonos en la recién salida del horno, TLB, de la que solo puedo adelantar que va del mundo del espectáculo y que me lo he pasado pipa rememorando mis años de actriz.
Muchos escritores comentan que cuando terminan de escribir una novela se sienten vacíos, deprimidos y no sé cuántas cosas tremendas más. Yo, por el contrario, me siento liberada, eufórica. Quizás sea porque mientras escribo me obsesiono con la novela y la vivo las veinticuatro horas del día. Al principio me lo tomo con más calma porque sé que me queda mucho trabajo por delante, pero cuando se acerca el final me pasa como a los perros cuando vuelven de paseo y ven la puerta de su casa: que empiezan a tirar de la correa como locos para meterse en el portal, ¿no lo habéis observado? Bueno, pues a mí me pasa lo mismo: que quiero terminar y me ataco. Y cuando la termino, me entra el ansia por revisarla y dejarla estupenda; así que la reposo menos de lo que sería conveniente y me lanzo al ataque; pero tras una revisión viene otra, siempre retocas algo y se impone otro repaso para que no se escape nada.
¿Cuando se termina de revisar una novela? Nunca. Y como eso no puede ser yo considero que está lista cuando soy capaz de leerla con las manos atadas a la espalda, es decir, sin tocar ni una coma.
Y ahora sí, TLB duerme el sueño de los justos hasta que se decida su destino, lo cual no creo que ocurra hasta pasado el verano. Entretanto yo me declaro de vacaciones, pero no sé... la verdad es que hay un par de cosillas que me están dando vueltas por la cabeza...