Revista Arte

¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...?

Por Artepoesia
¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...? ¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...? ¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...? ¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...? ¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...? ¿Acaso estamos condenados a la desazón...?, ¿se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego...?
En los albores de la Historia, en los tiempos en que el hombre comenzara ya sus pasos por la antigua Mesopotamia, existió un rey sumerio que daría nombre a uno de los más primigenios y fascinantes poemas épicos escritos nunca, La epopeya de Gilgamesh. Hacia el III milenio a.C. se cree que fueron compilados. La leyenda superará en el tiempo a todas, a la bíblica y a la griega, y reflejará así las anticipadas inquietudes que el ser humano no habría ya de dejar en los casi cinco mil años siguientes. Contará el poema la desenfrenada vida que Gilgamesh, el rey de Uruk, tendría ahora abusando de las mujeres de sus súbditos. Entonces éstos invocaron a los dioses, divinidades que acabarían enviando a otro ser tan despiadado como aquél para ahora enfrentársele. Pero, cuando se encuentran ambos, en vez de luchar entre sí se harán amigos. Así emprenderán ellos juntos aventuras, luchando ahora contra seres poderosos, o divinos o inmortales. En castigo por tal osadía, los dioses harán que el amigo muera ya en plena juventud. Desolado y afectado por la desaparición de su amigo, Gilgamesh decidirá continuar solo su viaje, buscando ahora lo que él creerá que es ya el sentido único de todo: la inmortalidad. Pero, no la encontrará, será tan solo ya como un ridículo y perdido sueño sin sosiego.
¿Por qué condenaste a la desazón
a mi hijo Gilgamesh,
y le diste un corazón que no conoce el sosiego? 
Cuando Picasso (1881-1973) abandonó su propósito de copiar los grandes maestros del Prado, regresó de nuevo a Barcelona en 1899. Aquí, el ambiente abrumador y desolado del país -se acababa de perder la guerra hispano-norteamericana de 1898-, se dejaba notar ya por los arrabales y las ramblas de Barcelona con la violencia y el desencanto. Y entonces frecuentaría Picasso un local bohemio, Els quatre gats, una cervecería donde conocería a su gran amigo, poeta y pintor, Carlos Casagemas. Juntos viajaron a París en el año 1900 para la gran exposición Universal, y no pudieron dejar ya de amar a esta ciudad ambos, ahora por las mismas o por diferentes cosas... Así es que se quedaron en París, y decidieron trabajar y vivir allí en un pequeño estudio. Aquí conocerán a dos jóvenes modelos de pintores, Odette y Germaine. Odette comenzaría una relación con Picasso. Pero, de Germaine, Casagemas quedaría absolutamente fascinado, enamorado ya total e imprudentemente. Porque esta hermosa parisina no le ofrecería al amigo de Picasso esa inmortalidad emocional tan fascinante... Los dos jóvenes pintores regresarán a España para las navidades de 1900, uno para viajar a Málaga, el otro para quedarse en Barcelona.
Casagemas no podría ya olvidar la terrible belleza desdeñosa de Germaine. En febrero de 1901, solo y sin su amigo, el joven bohemio catalán volverá a París para insistirle a la modelo parisina su amor desaforado. Para nada, Germaine no lo quería. Entonces, su corazón se enturbió; acabaría ya rozando ahora el descalabro más siniestro y despiadado. Ese que no tiene sentido porque no tiene justificación. Al día siguiente, en el café Hippodrome de París, tomaría un revólver de su bolsillo para dispararse allí mismo un tiro en la sien... después de haber intentado antes, sin éxito, dispararle otro a ella. Ahí acabaría ya, a los veinte años, la vida y los sueños de aquel amigo bohemio y sin sosiego. Sin embargo, su amigo Picasso no regresaría a París sino hasta tres meses después, cuando ya Carlos Casagemas había sido enterrado en Montmartre. Ahora se instalará él solo en el mismo estudio que habían tenido ambos. Y decidirá Picasso muy pronto realizar ya su primera exposición en París en la galería Vollard. Y tomará además otra decisión, curiosa. Abandonará a la voluptuosa Odette ahora por la orgullosa Germaine. Sin escrúpulos. ¿Sin desazón?
La cronología artística de Picasso situará en esos años lo que se ha dado en llamar su periodo azul. Crear ahora el desconsuelo, crear lo más sufrido, o lo más doloroso... ¿Un periodo azul... tan desolado? Que contradicción, exponer así imágenes de cruda introspección metafísica utilizando uno de los colores menos tenebrosos o menos desasosegados del mundo. Pero, es que esta es otra de las características del genio creador. Luego de este periodo, Picasso cambiaría su estilo completamente... Fue un periodo, una etapa que duraría hasta 1904, pero que lograría superar..., como superó luego todas las emociones que le llevaran a iniciar la epopeya de su vida... Como Gilgamesh, Picasso utilizaría ahora su Arte para buscar la sensación que aquel ya comprendiera siglos antes, que solo debería encontrarse ya en lo que los dioses tan solo dispusieran: la inmortalidad. Cinco mil años después, un hombre sí que lo consiguiera..., y no tuvo que luchar, ni viajar, ni enfrentarse con gigantes ni con dioses, solo ya con su paleta y con su artística grandeza... Aunque dejara también por entonces los escrúpulos tan humanos..., esos mismos y tan orgullosos que, como antes, aquel héroe sumerio ya lo hiciera.
El escritor alemán Thomas Mann escribió una vez: ¿Acaso tenemos nosotros morada alguna? ¿Acaso no estamos también condenados a la desazón, no se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego? El astro del narrador, ¿no es acaso la Luna, señora del camino, la peregrina, que avanza etapa tras etapa, dejándolas atrás sucesivamente? El que narra -el que crea...- alcanza también, entre peripecias, etapa tras etapa; pero se limita a plantar la tienda en ellas, a la espera de señales que indiquen el nuevo rumbo del camino, y pronto siente latir su corazón, en parte de gozo y en parte por miedo y terror carnal, pero en cualquier caso en señal de que llega el momento de seguir hacia peripecias nuevas, que habrá que agotar minuciosamente, en todos sus detalles imprevisibles, para satisfacer la inquietud del espíritu.
(Óleo La habitación azul, 1901, Picasso, Phillips Collection, Washington, D.C.; Cuadro de Picasso, La Tragedia, 1903, National Gallery Art, Washington, D.C.; Óleo Entierro de Casagemas, 1901, Picasso, Museo de Arte Moderno de la Villa de París; Retrato de Germaine, 1902, Picasso; Obra de Picasso, El viejo guitarrista, 1904, Art Institute Chicago, EEUU; Lienzo del pintor holandés del siglo XIX Remigius van Haanen, 1812-1894, Paisaje de invierno con Luna llena, 1880, Colección particular.)

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