acción por omisión

Por Bitacorarh

cada día mueren cientos de miles de personas en nuestro planeta por carecer de los aspectos más básicos para la vida. Siempre tenemos la sensación de que con muy poco se podrían cambiar muchas cosas, pero se queda solamente en eso, una mera sensación. Nuestros mandos a distancia nos permiten cambiar de canal para que la vida siga su curso y hacer que esa sensación se desvanezca entre las múltiples banalidades de nuestra vida diaria. Esta omisión de ayuda no nos hace sentir culpables de las miles de vidas que podríamos salvar con nuestras acciones, simplemente con pensar “... y yo que voy a hacer” nuestra mente pasa página.

Este mismo patrón se reproduce a nivel más micro con un tema tan polémico como la eutanasia. Consideramos que dejar morir a una persona al suprimirle la ayuda artificial que la mantiene viva es muy diferente a suministrarle una sobredosis de cualquier medicamento para evitar el sufrimiento.

Para el ser humano, la omisión está mejor valorada que la acción. Se trata de una regla empírica que nuestra mente lleva impresa a fuego, o lo que el psicobiólogo de la Universidad de Harvard, Marc Hauser, llamaría un principio de la moral universal. Este profesor de Harvard afirma que la moral no sólo es fruto del uso y costumbres del entorno en el que estamos inmersos, hay una serie de principios morales comunes a todos los seres humanos que al parecer son innatos. El profesor Hauser afirma que estos principios han sido una estrategia a través de la cual el ser humano ha podido abrirse paso en la  difícil carrera de la evolución.

Hauser justifica que nos sentimos más cómodos en la omisión porque nos es mucho más sencillo ver las intenciones de las acciones que de las omisiones. 

La omisión, o falta de actividad, es perfectamente justificable, cualquier excusa bien argumentada le puede dar sentido a nuestros no-actos. Moralmente, la omisión actúa como un anestesiante para nuestra consciencia, permitiendo que podamos seguir actuando sin remordimientos a pesar de que en nuestro entorno reine el caos.

Por el contrario, la acción lleva implícita la intención y ésta es difícil de excusar o esconder. La acción es la antesala de los remordimientos, de los sentimientos y las emociones. Cuando actúo siento, cuando omito me escondo.

Estamos programados para sobrevivir y somos especialistas en el ahorro de recursos emocionales. Es por ello que la omisión siempre ha sido un camino fácil de transitar para evolucionar. Pero la omisión nos puede hacer caer en la desgracia de vivir por vivir, de vivir sin sentir o de no arriesgar por no sufrir. El mundo es de los valientes, de los locos que se atreven a hacer cosas aún a riesgo de salir mal parados. Esas son las personas que son protagonistas de sus vidas. Pero hay algo peor todavía que no actuar, se trata de estar detrás de la barrera criticando a lo que se parten el pecho por hacer lo que creen en cada momento.

Es peligroso dejarse atrapar por las garras de nuestra inconsciencia escuchando únicamente los cantos de sirena de la omisión. Sin duda es el camino más fácil, pero el talento, la vocación o la pasión se construyen desde la acción. Éste es un camino lleno de errores, fallos, momento duros, ... que son parte del camino y que no tienen más excusa que la de evolucionar.