“La obediencia es la muerte. Cada instante que el hombre se somete a una voluntad extraña es un instante arrancado de su propia vida”.[1]
Alexandra David-Neel veía la obediencia como una forma de morir. Nos pasamos el día obedeciendo, ¿es que acaso no vivimos? Nos dedicamos a hacer lo que se espera de nosotras, según el rol que la sociedad tenga preparado para cada una. Dependiendo de tu género, tu clase social, etc., se espera que actuemos de una manera determinada y, como no, obedecemos.
Obedecemos tanto que ni el tiempo libre que nos queda es libre. Tenemos programado el día entero, durante todos los días de nuestras vidas. ¿Qué es lo último que has decidido? Que comer, como relacionarte, como vestir… puede parecer que sí, pero todo ello viene determinado por la cultura. No solo nos sometemos a ella, sino que además tendemos a pensar que la nuestra es mejor que el resto, y menospreciamos las costumbres del resto de personas.
La televisión, los periódicos… en definitiva, los medios de comunicación, manipulan nuestro pensamiento y, de él deriva nuestra conducta. Noam Chomsky explicaba en el año 2010 las diez estrategias de manipulación de masas, entre las que se encuentran la estrategia de la distracción, utilizar el aspecto emocional más que la reflexión, mantener al público en la ignorancia y en la mediocridad y conocernos mejor de lo que nosotras nos podemos llegar a conocer.[2] Permitimos que moldeen nuestras vida y colaboramos para moldear la de las siguientes generaciones. Nos han enseñado que un pensamiento diferente es raro, malo e incluso peligroso, y así lo asumimos. Pensemos todas igual y no pasará nada. Pero si pasa, pasa la vida y nuestras oportunidades para ser quien realmente queremos ser. Pasa que nos sometemos sin ni siquiera ser conscientes de ello.
Más que preguntarnos qué es lo último que hemos decido, igual deberíamos darnos cuenta de qué es lo último que no hemos decido, para así poder tomar las riendas de nuestras vidas.
“Al ser humano medio ya no le importa sentir la chispa de la vida, tener una mirada fresca o alegrarse y disfrutar a través de los sentidos. Prefiere hacer frente a la vida desde la armadura del aburrimiento y del cinismo, y esquiva la desesperación con el descarado escudo del libertinaje. Si es rico puede permitirse unos entretenimientos que calman sus exacerbados nervios sin comprometer su mente ni intrigar su imaginación; si es pobre se sumirá con el barato mundo de fantasía de Hollywood, donde podrá disfrutar vicariamente de la vida deslumbrante de los ricos; o despilfarrará los chelines que a duras penas habrá ahorrado apostando al fútbol con la esperanza de que algún día pueda permitirse un gasto desenfrenado. Pero ya sea rico o pobre, le aqueja la misma fiebre por escapar de la realidad”[3].
¿Por qué escapar de la realidad?, ¿por qué buscar evasión y ordenes que cumplir?, ¿qué es lo peor que puede pasar si tomamos nuestras propias decisiones?, ¿acaso lo peor no está pasando ya?
Lee, cuestiona, reflexiona, opina.
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[1] David-Neel Alexandra. Elogio a la vida. Ed octaedro. 2000. Página 21. [2] Archipielago. Revista cultural de nuestra América 19 (73) 2010. [3] Read Herbert. Al infierno con la cultura. Cátedra. 2011. Página 158.