Historia de campo
Un paisaje no es más que juego luces y movimiento. O sea, escenario, artificio. Con esta determinación se montan muchas obras contemporáneas, prácticamente sin elementos decorativos. En cambio pocas veces la experiencia de espectador participa del paisaje de una obra teatral como en el caso de “No soy un caballo”: se huelen los pastos y la bosta de caballo, la niebla roza la cara y la intemperie se nos pega.
El caserón en que se asienta el Teatro Silencio de Negras se abre y se cierra sobre sí mismo, vive un latido pampeano, con los desplazamientos de los personajes, el diseño de luces, el humo, los vidrios, las puertas entreabiertas.
La anécdota narrada es mínima, precisa, de estructura casi cinematográfica. Sin embargo, está llena de pliegues, recovecos, desplazamientos, fugas. Esteban (Diego Cremonesi) recibe de herencia las deudas del abuelo por lo que tiene que volver, 15 años después, al pueblo donde creció. Lo acompañan dos amigos porteños: Matías (Walter Jakob), el encantador, y Fernando (Francisco Egido), el abogado. Cada personaje lleva consigo su propia historia que se irá desenvolviendo entrecruzada con la del abuelo de Fernando, los relatos del peón Raimundo, las apuestas de El Turco, envidias, egoísmos, amarguras.
Si Marcel Proust inicia su travesía por la memoria (que abre sus vericuetos como “flores japonesas” puestas en agua) con el sabor de una magdalena, en esta obra teatral cada personaje tendrá también su propia factura, en ambas acepciones de la palabra: algo que despierte al animal dormido que empezará a rugir su propia tragedia, y algo que pagar. Es de destacar la delicadeza en la utilización de disparadores por parte de la dramaturgia, que es de creación colectiva: la caricia a un caballo, un par de palabras sobre la amistad, el azar del juego. En este sentido, es notable el trabajo de los actores, cuya participación colectiva en la escritura de la obra hizo que más que un espectáculo, el resultado sea una experiencia vivencial.
Nietzsche sostenía que también somos animales y como tales debemos seguir nuestros instintos, cosa que no solemos hacer, y en esta negación reside el autocastigo que reprime nuestros deseos, nuestras “inclinaciones naturales”. La sociedad siempre trata de despreciar, esquivar u ocultar esta verdad. Los personajes de esta obra teatral, contactan con esta parte de su ser y a la vez hacen una invitación a todos los espectadores para hacer lo mismo.
Teatro Silencio de Negras
Luis Sáenz Peña 663, CABA
www.silenciodenegras.wordpress.com
Reservas: 4381-1445
Entradas $60/$40
Gacetilla:
http://www.espectaculosdeaca.com.ar/?p=5677