Uno no sale igual después de haber presenciado un recital del pianista bilbaíno. Achúcarro es capaz de crear un clima especial y único en el auditorio, una comunión casi espiritual entre audiencia y pianista que llega en ocasiones a rozar el éxtasis de lo místico. Algunos lo llaman pathos, lo epatante. En sus genuinas versiones exhibe un halo de intelectualidad que le lleva a conseguir la siempre buscada autenticidad de la música que interpreta. La música misma, desnuda, sin artificios ni veleidades. Es como el chamán que muestra a sus oyentes el misterio vedado e inaccesible que encierra cada obra en particular, mostrándola delante de sí en su naturaleza más pura y sencilla. Resulta increíble, pero a la venerable edad de 84 años, el maestro bilbaíno conserva cualidades insólitas, demostrando en todo momento su excelente forma física y una vitalidad desbordante que hacen extraer lo mejor de sí mismo ante el teclado. Un milagroso estado de gracia que aún hoy sigue catalogándole con justicia como uno de los mejores pianistas del mundo.
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