Todo esto me hace pensar en cómo será juzgada nuestra sociedad actual dentro de algunas décadas. Es indudable que se han dado pasos de gigante en el respeto a los derechos humanos, pero también que la vara de medir ética cambia según las circunstancias. Las víctimas de un atentado terrorista en occidente o de una catástrofe aérea reciben ayuda material y moral y una atención mediática desmesurada. Otro tipo de víctimas, por ejemplo los inmigrantes ilegales que huyen de conflictos que a veces ha provocado ese mismo occidente, no son más que cifras. Si se hunden veinte o treinta seres humanos en el Mediterráneo, apenas nos enteraremos. Si son ochocientos, la noticia será portada de los periódicos y seguidamente los políticos y los ciudadanos se darán golpes de pecho por unos días, como ceremonia previa al olvido más absoluto, para pasar a otros asuntos más prioritarios.
Digo esto porque la novela de Amélie Nothomb tiene bastante que ver con estas situaciones cotidianas: el sufrimiento ajeno que contemplamos cada día en nuestros televisores acaba provocando más morbo que empatía. En esta época, en la que todo el mundo lleva una cámara en el bolsillo, es raro el día en el que no surgen nuevas imágenes impactantes: la víctima de un francotirador, la explosión de un coche bomba o la retransmisión de un terremoto casi en directo. Es lógico que tanta exposición a la desgracia de otros acabe insensibilizando a esta raza de espectadores que somos hoy día, sobre todo porque andamos sobreexcitados por tanto estímulo. No es raro que cada vez sea más difícil sorprendernos, captar nuestra atención por más de unos días.
Ácido sulfúrico lleva hasta el límite la tendencia televisiva a hurgar en la intimidad y en el dolor del individuo con la creación de un nuevo programa de argumento tan sencillo como brutal: Concentración. Concentración no es más que la recreación del ambiente de los campos nazis de los años cuarenta en el que se ha encerrado a unos desgraciados que han sido capturados contra su voluntad. La cadena ha contratado a unos figurantes para que hagan de kapos y traten con crueldad a los prisioneros. Todo es real y todo se retransmite las veinticuatro horas a todo el país, hasta el punto de que cada día se elige a dos víctimas para ser ejecutadas. Los políticos y los ciudadanos se indignan al constatar hasta donde se ha llegado en el afán de conseguir más audiencia, pero todos caen hipnotizados ante la irresistible atracción de tan morbosas imágenes. Pannonique, la bella prisionera protagonista del relato, no puede menos que indignarse contra la audiencia. Odia a su némesis, la kapo Zdena, pero mucho más a los espectadores:
"También la odio y, sin embargo, mucho menos que al público. Prefiero la que me golpea a los que miran cómo descarga su rabia sobre mí. Ella no es hipócrita, interpreta abiertamente un papel infame. Existe una jerarquía del mal, y no es la kapo Zdena quien ocupa el lugar más repugnante."
En Ácido sulfúrico no se ofrecen demasiadas explicaciones acerca de cómo ha llegado la sociedad a tolerar un espacio televisivo de esas características (en este sentido, la novela tiene un tono a lo Saramago), porque se centra sobre todo en la relación amor odio de Zdena con Pannonique, una historia humana, que contribuye a consolidar los enormes índices de audiencia que concita cada emisión de Concentración. ¿Se banaliza así el Holocausto? Yo creo que más bien Nothomb lo utiliza para escribir una enorme sátira acerca de nuestro mundo, dominado por la exposición contínua a la imagen y por la falsa protección contra todo mal que nos otorga nuestra posición de espectadores. Bien es cierto que a mi entender, falta precisamente un equilibrio entre lo que pasa fuera (algo que apenas se nos muestra) y lo que sucede dentro del campo de concentración, centrado en el duelo de estas dos mujeres. Por eso, Ácido sulfúrico es una novela de planteamiento muy interesante pero fallida en su resolución.