Revista América Latina

Acompañemos a La muerte del gato a denunciar a la dictadura castrista en el FIBABC

Publicado el 21 septiembre 2014 por Ángel Santiesteban Prats @AngelSantiesteb

La muerte del gato dedicado a Angel SantiestebanLa muerte del gato es mucho más que una obra de arte excepcionalmente lograda por Lilo Vilaplana. Es un alegato sin ambigüedades contra la dictadura castrista que azota Cuba desde hace cincuenta y seis años.

Cala profundo en los cubanos que han vivido aquella época, en los que si bien no la han vivido, padecen aún hoy la misma penosa realidad, y en los no cubanos que se conmueven viendo cómo la propaganda castrista los ha engañado a ellos también mientras todos los cubanos son prisioneros de la gran isla cárcel.

Dedicada a Ángel Santiesteban y a Raúl Guerra, se trata de una obra de ficción inspirada en hechos reales, contextualizada en el día posterior al fusilamiento del General Ochoa pero que cuida con gran esmero hasta los más mínimos detalles logrando recrear en un solar bogotano las miserias de uno habanero.

Detalles tan “nimios” como haber cubierto el suelo con un papel que imita las baldosas de los que pueblan Cuba y hasta el mísero panecillo que consumen los cubanos, que ha necesitado numerosos ensayos previos hasta obtener el que aparece en el corto, buscando que no se sobrepase el peso y sea fiel al que come el pauperizado pueblo, logran crear una atmósfera muy realista.

No es fácil crear intencionalmente tanta destrucción, pobreza y abandono, como los que los Castro han provocado en más de cinco décadas. Un esmerado trabajo artesanal del equipo de Lilo, ha logrado “destruir” el escenario haciéndolo tan verosímil que más de uno creerá que realmente fue filmado en La Habana.

El mérito de su director, y que es enorme, no es solamente artístico. El arte, es verdad, ha llevado al corto a festivales internacionales de primer nivel. Pero no solo ha enseñado al mundo el talento cubano, que es infinito y en Cuba no tiene ninguna posibilidad de desarrollarse a menos que se quiera acabar censurado, marginado o en prisión. El corto mismo, filmado en Colombia, es fiel testimonio de que para existir, ha debido nacer en otro horizonte donde reina la libertad. Y justamente por esto, también son doblemente meritorias las actuaciones de Jorge Perugorría y de Coralita Veloz, ambos dos residentes en la isla. Hay que tener muchas agallas para participar en un film así y seguir viviendo en Cuba.

Que La muerte del gato se exhiba en los festivales de CANNES o GOYA, entre otros (KRALJEVSKI FILMSKI FESTIVAL, Serbia; FESTIVAL IBEROAMERICANO DE CORTOMETRAJES ABC.ES, España; FESTIVAL LATINOAMERICANO DE VIDEO ROSARIO, Argentina; PORTOBELLO FILM FESTIVAL, Reino Unido; FESTIVAL PIRIÁPOLIS DE PELÍCULA, Uruguay; TRINIDAD+TOBAGO FILM FESTIVAL, Trinidad yTobago), significa que cientos de miles de personas de todo el mundo puedan conocer la realidad de Cuba, la que a toda costa pretenden ocultar, y no me refiero solo a la miseria, sino a la más terrible: un pueblo sometido por una brutal dictadura, para la que la violación de los derechos humanos es su denominación de origen.

Ver el corto La muerte del gato y votar por él en el FIBABC significa, además de reconocer el talento de Lilo Vilaplana, un acto de patriotismo, pues su participación en el Festival Goya, ayudará a abrir los ojos a la realidad de Cuba de una gran cantidad de personas en el mundo que no tienen la posibilidad de verla por si mismas.

Segura de que Ángel Santiesteban pediría que apoyen a Lilo Vilaplana votando por La muerte del gato si no lo tuvieran aislado como lo tienen, lo pido yo en su nombre.

La Editora

Para ver y votar por La muerte del gato, siga el siguiente link:

http://fibabc.abc.es/videos/muerte-gato-4921.html

Fibabc

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Por Ángel Santiesteban-Prats

Finalmente, a través del celular de mi hijo, en la visita que me hiciera en días pasados a donde me tienen encarcelado, pude apreciar el corto “La muerte del gato”, del realizador cubano Lilo Vilaplana, radicado desde hace más de una década en Colombia, lugar a donde se llevó –además de su talento, oficio, algunos amigos y su familia– los rencores que sufrió en carne propia, lógicos de procesos totalitarios, y que ahora, como creador maduro, siente el deber de exponer, primero como literatura, y ahora en el cine.

Los traumas vividos por Lilo, que se llevó en su alma como madre que viaja embarazada, comenzaron a aflorar en esa segunda patria  –Colombia–que le abrió los brazos ante su golpe de talento y esfuerzo en las realizaciones.

Transcurrida una década de éxitos, ahora puede darse el lujo de producir estos cortos;  este en particular, basó el guión en uno de los relatos del compendio “Un cubano cuenta”, que viera la luz, también, luego de que emigrara.

Muchos espectadores confundirán su geografía, y pensarán que en su totalidad se filmó en La Habana, pues al comienzo se ve caminando por sus calles al personaje Armando, en la genial interpretación de Albertico Pujol,  quien fue filmado por otro colega, a petición de Lilo, por su imposibilidad de entrar a Cuba. Luego, la brillante edición empalmaría armónicamente con el resto de lo filmado en Colombia, gracias a la verosímil escenografía de excelentes profesionales que pensaron hasta el más más mínimo detalle, y que ayudó a dar el colorido de la realidad cubana a finales de la década de los ochenta del siglo pasado –en vísperas de anunciarse oficialmente el llamado “Período Especial” que descubriría las peores penurias jamás vividas por el pueblo cubano, y que, de un tirón, cambió las perspectivas de una nación engañada y reprimida por décadas.

En aras de contextualizar la historia, vale recordar que Lilo escogió el día después del fusilamiento del Héroe de la República de Cuba, el General de Brigada Arnaldo Ochoa, un espectáculo circense de los hermanos Castro para entretener al pueblo, hacerle olvidar sus penurias y  que se resistiese a tomar las calles en protesta.   También fue una lección para el alto mando militar –por otra parte, no menos importante– para quitarse el peligro de los que habían emplumado su égida, y que imitaban los hábitos de los hermanos Castro, sus mentores, para los “que la vida era para gozarla a como diera lugar”.  Por último, una vez castigados los funcionarios “desviados de los principios éticos que persigue la Revolución”, se dijo en la prensa oficialista que había que terminar de una vez con las denuncias del gobierno de los Estados Unidos, que acusaba  a Fidel Castro de ser parte del narcotráfico internacional  que introducía la droga en su país. Aniquilados aquellos hombres que podían testimoniar sobre la anuencia del Régimen en la participación –y  con los capos más connotados, como el mismo Pablo Escobar– sellaban un capitulo oprobioso, y –como si fuera poco– exterminaban a los que pudieran crear un plan sedicioso contra su gobierno y competían con su hermano Raúl Castro por el poder militar .

En medio de ese marasmo nacional, el artista que crece dentro de Lilo se preocupa por las pequeñas cosas, aparentemente intrascendentes ante los ojos de la mayoría, para reflejarlas en el arte, como el hambre, la necesidad de una transición política, la pérdida de valores en la sociedad, la separación familiar y las dolorosas cicatrices, expuestas, en este caso, en el personaje de Armando, que no tiene noticias del hijo que se lanzó al mar en balsa, y transcurrido mucho tiempo, al no saber su paradero, supone que no  logró alcanzar las costas de Miami y perdió la vida.

El cuento atraviesa la cuerda floja entre la denuncia social y la puesta artística, entre el melodrama y la sensibilidad, logrando, felizmente, salir airoso al ir evadiendo las trampas de intentar contar el sufrimiento calado en cada actriz, actor y equipo de realización, salvo el joven actor Camilo Vilaplana, que gracias a sus padres, logró crecer lejos de aquella catástrofe social. Al final logra ahuyentar, aunque siempre sugiere, la condena a los culpables de la desesperada realidad; ese enjuiciamiento lo deja en manos del público, en particular al cubano.

Sin tampoco hacerlo evidente, despierta ese fino humor inevitable en los cubanos aunque ocurra lo peor. El gato es el trofeo para sus salvaciones reales y sus objetivos;  agregar carne a su fuente de alimento les resulta vital, y ,en este caso, el minino de color negro se convierte en un símbolo del mal, porque además es una venganza hacia la opresión que sienten por su dueña, la chivata del barrio.

Las actuaciones magistrales de Jorge Perugorria como Raúl, Alberto Pujol como Armando, Bárbaro Marin y Coralita Veloz, como Camilo y Delfina, respectivamente, montan la puesta, en genialidad conjunta, a una altura digna, artísticamente hablando, que deja un sabor de dolor y a su vez de placer.

Agradecemos el esfuerzo de la familia Vilaplana y los amigos artistas que se unieron al proyecto, porque en la muerte del personaje Armando, matamos parte de la sombra que aún nos persigue de aquellas penurias, y en el sufrimiento y las lágrimas de Raúl y Camilo, rodaron las nuestras, en pleno ejercicio de exorcismos personales.

Por estos días, el corto ha sido invitado para participar en el Festival de Cannes; a pesar del dolor de ver nuestras vidas reflejadas en la pantalla, y saber que la dictadura culpable aún se mantiene en el poder por más de medio siglo, cada vez que los cubanos errantes por el mundo en busca de libertad y oportunidades, superan el miedo a ser perseguidos en cualquier rincón del planeta donde intenten ocultarse, triunfan, sobre todo con el arma del arte, la más eficaz de todas.

Reciban mi abrazo, y el agradecimiento inmerecido por la dedicatoria, de su hermano Ángel desde el asentamiento de Lawton.

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Ángel Santiesteban-Prats

Prisión asentamiento de Lawton. Mayo de 2014

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Para que Amnistía Internacional declare prisionero de conciencia al disidente cubano Angel Santiesteban
Angel Minit Lawton

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