Me refiero, en primer lugar, a la declaración que hizo la UNESCO, el primer día del mes, para reconocer como Patrimonio Mundial de la Humanidad a Medina Azahara, el yacimiento arqueológico cordobés, ejemplo del arte y la cultura omeya en Occidente. La ciudad que mandó construir el califa Abderramán III a los pies de Sierra Moreno, en 936, se incorpora desde ahora al rico legado histórico que atesora Córdoba, ciudad que cuenta también con la Mezquita, el Casco Histórico y los Patios, catalogados como lugares del Patrimonio Mundial. Se trata, pues, de un excelente y merecido reconocimiento que subraya el singular valor arqueológico, histórico y paisajístico de un yacimiento del que sólo un 10 por ciento ha sido excavado y que, por tanto, continuará desvelando nuevos hallazgos, datos e información en el futuro, para deleite de cordobeses, andaluces y españoles amantes de la historia y las culturas que, como un crisol, conforman nuestra identidad como pueblo. Mejor no podía arrancar julio.
El mes también proporcionó una gran alegría con el emotivo rescate de los doce niños y su entrenador, miembros de un equipo de fútbol infantil tailandés, atrapados en el interior de una cueva en el norte del país que las lluvias monzónicas inundaron repentinamente, bloqueándoles la salida. Habían acudido a la gruta de excursión, tras celebrar un partido, con tan mala fortuna que permanecieron aislados, sin alimentos y en total oscuridad desde el 23 de junio hasta el 2 de julio, en que fueron rescatados. Los preparativos y las valoraciones sobre la manera más rápida y segura de sacar de allí a los niños, localizados después de diez días de rastreos por intrincadas galerías kilométricas, mantuvieron en vilo a las familias, a los equipos de rescate y a cuantos siguieron la operación, en la que murió un buzo profesional, a través de los medios de comunicación. Afortunadamente, todos fueron extraídos sanos y salvos, dando lugar al rescate más mediático de los últimos tiempos.
No obstante, las muestras de admiración hacia Putin son cada vez más evidentes y empalagosas. Es capaz de dispensar al líder soviético un trato tan elogioso y considerado que crea desconcierto y alarma en las filas de su propio partido. Tras la cumbre de la OTAN, Trump se fue a mantener el primer encuentro oficial en Helsinki con el presidente de Rusia, en el que no pudo disimular la sintonía que mantiene con él, tal vez porque le deba el cargo, como temen los malpensados. Fue una reunión atípica, hermética, sin testigos y vacía, que no deparó ningún resultado conocido, salvo ese crédito que le otorga a las declaraciones del presidente ruso de no haber interferido en las elecciones norteamericanas, pero que niega a los propios servicios de inteligencia norteamericanos que investigan el asunto. Tal parece que a Donald Trump le satisfacen las cumbres inútiles pero sumamente mediáticas, como la que celebró con Corea del Norte, meros gestos propagandísticos que alimentan la egolatría de un presidente “líquido” que se vanagloria de su ignorancia, ineptitud y simplismo, tan ridículos como peligrosos. Con semejante bagaje que se manifiesta con una retórica encendida y un pensamiento débil, Trump se permite calificar de enemiga a Europa, pero consiente y absuelve a Rusia de la anexión de Crimea y la creación de un conflicto bélico territorial con Ucrania en el que se puede impunemente derribar un avión civil de pasajeros con un misil ruso, del apoyo militar que presta al régimen del sátrapa de Siria, de las ingerencias en los procesos electorales de EE UU y otros países, y de todas las manipulaciones y esfuerzos que emprende por fragmentar la unidad europea y alejarla de EE UU. Si no fuera porque resulta una idea descabellada, parecería que Trump se comporta como un agente de Moscú, chantajeado por motivos que ni siquiera el fiscal especial Muller puede sospechar y menos aun demostrar.
Pero tan grave como este desafío independentistas es el ataque lanzado contra el rey emérito por parte de su vieja “amiga” Corinna zu Sayn-Wittgenstein, atribuyéndole haberla utilizado como testaferro de sus bienes y patrimonio ocultos en el extranjero. Detrás de estas declaraciones, oportunamente filtradas, se halla el excomisario José Manuel Villarejo, quien grabó esas conversaciones con intenciones inconfesables, pero que ponen en la piqueta al antiguo Jefe del Estado. El expolicía está en la cárcel por organización criminal, cohecho y blanqueo de capitales, desde donde no parece vacilar en “intimidar” a las más altas instancias del Estado como medio para su defensa. No en balde es una persona que, por su profesión, experiencia y relaciones, acumula secretos sobre las alcantarillas del establishment. Feo y delicado asunto que aflora, precisamente, en julio.
En Israel, incomprensiblemente, se retrocede en la historia. En vez de un Estado democrático que salvaguarda la libertad, la igualdad y el bienestar de los ciudadanos, sin importar la raza, la religión o las culturas de las comunidades que lo integran, se declara Estado nación judío, de tinte nacionalista, xenófobo y religioso. Como en la edad media. Y despoja a los árabes israelíes, un 20 por ciento de la población, no sólo de ser ciudadanos de primera como los demás, sino que excluye su lengua como idioma cooficial del país. Además, da categoría jurídica a la ocupación de Jerusalén como “capital completa y unida” de Israel, desobedeciendo las resoluciones de la ONU que otorgan a la Ciudad Santa de un estatuto especial internacional como sede de las tres religiones monoteístas abrahámicas. Israel, pues, avanza hacia atrás, desandando el camino de la Ilustración y la secularización que es la base de los estados modernos y democráticos. Un Estadobeligerante e intransigente que, mientras la religión judía estuvo dispersa en la diáspora y abrigaba anhelos pacifistas, al ubicarse en un Estado nacional se transforma en doctrina excluyente y sectaria, respondiendo a la funesta manía, como observa Juan José Sebreli, de conformar una alianza entre religión y política que está en el origen de los grandes crímenes colectivos. La nueva ley de Netanhayu, que sustituye los principios fundacionales del Estado de Israel por un nacionalismo xenófobo y racista, hace que israelíes de prestigio universal, como el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim, se avergüencen de ser israelíes. Asegura el renombrado artista que no puede soportar que el pueblo judío, después de sufrir persecución y crueldades, se convierta ahora en el opresor que somete crueldades a otros. Todo un ejemplo de lucidez y valentía.
Si estas han sido algunas -pocas- de las cosas, buenas y malas, sucedidas en julio, ¿qué nos deparará agosto? Más vale no pensarlo.