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Actividad física para la salud: evolución, supervivencia y tecnología

Por Davidsaparicio @Psyciencia
skeeze / Pixabay" href="https://i1.wp.com/www.psyciencia.com/wp-content/uploads/2017/03/running_1489712886.jpg?fit=1280%2C853&ssl;=1">Actividad física para la salud:  evolución, supervivencia y tecnologíaskeeze / Pixabay

“La gente con dolores de espalda suele acusar de su dolor a la evolución, a que no estamos preparados para estar erguidos y caminar en dos piernas. ¿Es correcto?” -le preguntó la periodista Claudia Dreyfus a David Lieberman, investigador en biología evolutiva de la Universidad de Harvard.

-“Si fuera cierto, la selección natural hubiera jugado su parte y estaríamos extinguidos. Lo que es más probable es que mucha gente permanezca sentada en sillas todo el día, que no haga actividad física y eso provoque espaldas débiles.

Lo que es seguro es que no evolucionamos para estar sentados las 24 horas del día”.

De Ambrosio & Ves Lozada, Por qué corremos.

Ni a la actividad física la inventaron los científicos del siglo XXI para convencer a la población de los beneficios que tiene sobre la prevención y tratamiento de decenas de enfermedades, ni nuestros patrones de actividad física se establecieron en gimnasios, canchas de fútbol y laboratorios de fisiología; son el fruto de millones de años de evolución que se forjaron gracias a la interacción entre nuestros ancestros y el entorno que les tocó enfrentar. La evidencia científica sugiere que hace 2,8 millones de años atrás se han sucedido e intensificado cambios climáticos y geológicos orientados hacia la aridez que paulatinamente transformaron a la selva tropical originaria de África oriental, rica en frutas y vegetales, en una sabana (Andrews & Stringer, 1999). Las nuevas reglas de juego consistieron en escasez de agua y alimentos nutritivos y grandes superficies soleadas por recorrer para encontrarlos, reglamento natural que tuvimos que padecer en mayor o en menor medida durante 2 millones de años hasta el descubrimiento de la agricultura hace sólo 10 mil años (Farinola, 2006).

Supervivencia a pie

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Dejamos un estilo de vida principalmente diseñado para la vida en los árboles y, como adaptación al bioma de sabana, fuimos capaces de caminar de modo bípedo y mantenernos erguidos. La bipedestación posibilitó que podamos optar voluntariamente por una gran variedad de patrones en la relación frecuencia respiratoria/frecuencia de paso. Más aún, en un medio cálido y con fuerte radiación ultravioleta e infrarroja algunas de las mejores soluciones adaptativas son la marcha bípeda y la progresiva reducción de la capa pilosa, lo que evita el excesivo recalentamiento del cuerpo. Para eso hemos desarrollado en la piel millones de glándulas sudoríparas para eliminar el agua a través del sudor. La cantidad de agua eliminada es directamente proporcional a la elevación de la temperatura. Al evaporarse el sudor absorbe grandes cantidades de calor, con lo que se enfría la piel y a través de ella todo el organismo. La sudoración se tornó tan importante que durante el ejercicio el 80% del calor producido es disipado por evaporación (Wilmore y Costill, 1999). Además, nuestro eficaz sistema de refrigeración nos permite cazar durante el día, cuando los otros grandes depredadores como los leones o los leopardos suelen estar descansando y normalmente cazan de noche para evitar el sobrecalentamiento.

La actividad física aeróbica como arma

Es sabido que muchos mamíferos superan al hombre en el sprint, que consiste en correr a su velocidad máxima durante un lapso breve. El guepardo es el animal más veloz, llega a los 120 kilómetros por hora. Los perros más rápidos alcanzan los 50 kilómetros por hora. En cambio, la velocidad máxima de un atleta de primer orden en la carrera de los 100 metros planos es de apenas 36 kilómetros por hora. Por otro lado, la velocidad del sprint se puede mantener por poco tiempo, porque el esfuerzo que requiere eleva la temperatura corporal por encima de los 40 ° C. Los animales con espesos pelajes tienen dificultades para disipar calor generado por el ejercicio, ellos no experimentan un aumento en la convección durante la carrera. La mayoría eliminan el calor jadeando, pero el jadeo interfiere con la respiración y le resta eficiencia. Si persisten, pueden morir (Farinola, 2006).

La caza por persistencia, en efecto, consiste en perseguir a la presa hasta que ésta se agota y cae exhausta y se convierte en un botín más fácil para el ataque (Cordain, Gotshall, Eaton y otros, 1998). Es, para esta técnica de caza, que hemos desarrollamos durante millones de años un estilo de carrera: la carrera de resistencia (Carrier, 1984). Esta carrera es la que se realiza durante varios kilómetros por extensos períodos de tiempo utilizando preponderantemente el metabolismo aeróbico (Bramble & Lieberman, 2004). Por ejemplo, durante una caza por persistencia a un antílope (uno de los animales más consumidos por aquel entonces), no se le tira lanzas desde larga distancia, un cometido casi imposible dada la agilidad y rapidez de estos animales con grandes cornamentas que pueden dar saltos hasta de 2 metros de altura. Dependiendo de las condiciones específicas, el cazador perseguirá al elegido antílope durante 5 horas o más en un recorrido aproximado de unos 40 kilómetros hasta que el animal cae agotado. Este patrón de subsistencia implicó la consecución de ciclos de atracón-hambruna y actividad física-descanso que se operacionalizan de la siguiente manera:

Gran nivel de actividad física durante el cual no hay provisión de comida hasta dar con el alimento, y gran ingesta de nutrientes mientras se descansa hasta iniciar nuevamente el ciclo

(Chakravarth y Booth, 2004).

Por lo visto, cuando nuestros antecesores se enfrentaron a períodos prolongados de escasez de alimentos, la selección natural nos dotó de la capacidad de cargar con una abundante reserva de combustible:

El acceso a nuevos alimentos posibilitó la ingesta de más proteínas y lípidos siendo un factor esencial en la evolución hacia un cuerpo y un cerebro más grande.

(Campillo Álvarez, 2004).

Evolución tecnológica: la descendencia de Darwin

Hoy los nutrientes se pueden conseguir llamando a un delivery, usando una app o yendo a un auto Mac, por lo que no existe vínculo obligatorio y equilibrado entre la energía que incorporamos y la que gastamos. Además, durante la mayoría de las conductas consideradas sedentarias como mirar televisión o usar la computadora, se suelen consumir alimentos de baja calidad que aumentan la probabilidad de ganar peso. Por ejemplo, las personas que ven televisión más de 4 horas por día tienen el doble de riesgo de padecer obesidad en relación a aquellos que miran menos de 1 hora. Esto sugiere que la prevalencia creciente de obesidad y trastornos asociados posiblemente no se deba solo a la baja actividad física habitual sino también a la alta cantidad de horas que pasamos sentados y al consumo extra de alimentos que se da cuando estamos sentados (Tucker y Bagwell, 2011). A este paso, la Organización Mundial de la Salud y la Federación Internacional de Medicina del Deporte en su declaración sobre los beneficios de la actividad física para la salud advierten que:

“Durante el presente siglo, la mecanización y automatización han disminuido radicalmente la actividad física humana. Esto se ha observado sobre todo en los países más desarrollados, donde el trabajo manual pesado ha desaparecido casi por completo y los electrodomésticos no sólo ahorran trabajo, sino que han reducido drásticamente el esfuerzo físico. El incremento del uso de automóviles particulares y el mayor tiempo que se dedica a diversiones sedentarias, cada vez menos participativas desde la acción, (televisión, internet, espectáculos masivos, etc.) han influido decisivamente en los estilos de vida inactivos. Estos se propagaron primero en los países industrializados, pero van en aumento también en los países periféricos. Evidentemente, esta disminución de la actividad física se está convirtiendo en un fenómeno mundial”.

Noticias de ayer, conclusiones de hoy

El calendario cósmico es una escala en la que el periodo de vida del universo se extrapola a un calendario anual; esto es, el Big Bang tuvo lugar en el 1 de enero cósmico, exactamente a medianoche y el momento actual es la medianoche del 31 de diciembre. En este calendario, el sistema solar aparece recién el 9 de septiembre, la vida en la Tierra surge el 30 de ese mes, el primer dinosaurio aparece el 25 de diciembre y los primeros primates el 30.  Los más primitivos Homo sapiens aparecen 10 minutos antes de medianoche del último día del año, y toda la historia de la humanidad ocupa solo los últimos 21 segundos.  En esta escala de tiempo, la edad humana promedio dura unos 0,15 segundos. En esta escala, hay 438 años por segundo, 1 millón 580 mil años por hora, y 37 millones 800000 años por día.

Carl Sagan, Los dragones del Edén.

La porción de nuestro genoma que determina la anatomía y la fisiología básica ha permanecido relativamente inalterada durante los últimos 40 mil años:

La relación entre la ingesta de energía y gasto de energía, junto con los requisitos de actividad física específicos para la especie, siguen siendo muy similares a los seleccionados originalmente para los hombres y mujeres del Paleolítico donde fuimos cazadores-recolectores y hasta el individuo más débil participaba diariamente en actividades de fuerza y resistencia (Cordian & otros, 2011).

Los últimos 10 mil años de cuasi sedentarismo solamente significan el 0,5% de la existencia del género Homo. En ese tiempo aprendimos a controlar la naturaleza y producir alimentos (agricultura y ganadería). Por supuesto que no es un número menor para cualquier proceso evolutivo, pero no significan mucho al lado de los 2,8 millones de años de caminar, correr, escapar y luchar con depredadores para conseguir alimentos.

Hace 250 años de la revolución industrial y 30 años de la aparición de la Internet. La tecnología ha reducido el esfuerzo físico y las actividades se han vuelto más sedentarias pero nuestro diseño genético aún demanda niveles de actividad física elevados, justamente porque son los valores naturales para nuestro organismo. En todo caso lo no natural sería tener valores bajos como los que se suelen encontrar en la población general.

Actualmente existe un desfasaje entre nuestros genes y nuestros estilos de vida y este desfasaje genético-cultural precipita la aparición de enfermedades como diabetes tipo II, cardiovasculopatías, depresión, lumbalgias y osteoporosis, entre otras.

En este momento más de la mitad de los argentinos tiene sobrepeso y es sedentario por lo que sólo desarrollan un patrón de subsistencia evolutivo: atracón-descanso.

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